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Las tres narraciones de Juan Domingo Perón (en los orígenes del peronismo)

Par Cecilia Beaudoin-Wibberley : Agrégée d’espagnol, docteure - Université de Pau et des Pays de l'Adour
Publié par Elodie Pietriga le 09/12/2025

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[Article] En sus ochenta años de existencia, el peronismo ha encarnado un papel fundamental en la trama histórica argentina. Desde su surgimiento a mediados de los años cuarenta del siglo pasado fue inmiscuyéndose por todos los recovecos de la vida del país: empezando por la política y la economía hasta abarcar la cultura toda. Probablemente sea el fenómeno más estudiado en Argentina y uno de los más analizados en Latinoamérica, y sus interpretaciones han variado según las escuelas y las épocas. Un acercamiento a las palabras del propio Perón permite distinguir tres momentos discursivos clave que darán origen a las diferentes variaciones de lo que se ha dado en llamar peronismo.

Para Anne Thibault, que también nació un 17 de octubre

Juan Perón en una postal, fotógrafo desconocido, wikipedia, dominio público

Juan Perón en una postal en los años 1960.
Fotógrafo desconocido. 
Wikipedia, dominio público.

Introducción

En sus ochenta años de existencia, el peronismo ha encarnado un papel fundamental en la trama histórica argentina. Desde su surgimiento a mediados de los años cuarenta del siglo pasado fue inmiscuyéndose por todos los recovecos de la vida del país: desde la política y la economía hasta abarcar la cultura toda. Cierta mitología se empecinó en ver en esa inflexión de la historia argentina algo así como un meteorito que, marcando con su paso por el mundo sublunar un antes y un después, habría borrado todo a la manera de una tabula rasa. Interpretación que debe mucho a la propaganda llevada a cabo por los propios peronistas en su afán de reivindicarse en ruptura con todo lo anterior. (Palacio, 2010, 258)

En este trabajo intentaremos demostrar que el pensamiento, o lenguaje (Danto, 1980, 614), peronista, para construirse fue tomando prestados, o apropiándose, elementos de diversas narrativas o relatos anteriormente concebidos y que se hallaban en circulación en los ámbitos político e intelectual que le fueron contemporáneos ((Este artículo deriva de una tesis de doctorado defendida en diciembre de 2023.)). Abordaremos el peronismo como narración política (Scavino, 2012) y a partir de las intervenciones fundacionales de Juan Domingo Perón. En efecto, en las décadas comprendidas entre su salto a la vida pública (1943) y su vuelta a la Argentina tras un exilio de prácticamente dieciocho años (1973), Perón elabora tres narraciones, cada una en un momento histórico único. Entre 1943 y 1944, el militar plantea el desafío de unir a todos los argentinos en torno al significante “trabajo” bajo la figura tutelar del Ejército. El 17 de octubre de 1945, fecha unánimemente recordada por los propios peronistas como el origen del movimiento, comienza probablemente, y de manera espontánea, un nuevo relato: el militar vuelto político exhorta a los trabajadores a enfrentar al imperialismo y la oligarquía. En un tercer momento, ya desde el exilio y al calor de los efervescentes años sesenta, el presidente derrocado teje una nueva historia que concede el papel protagónico a la juventud.

I. La unión de todos los argentinos

Juan Domingo Perón (1899-1974) llega a las altas esferas del poder en Argentina a mediados de 1943 tras un golpe militar autodenominado “La revolución del 4 de junio”. Rápidamente, adquiere notoriedad al frente de la Secretaría de Trabajo y Previsión. Desde este lugar estratégico y en sintonía con los discursos de la época (Foucault, 1970), el militar inaugura la “era de la política social en Argentina” llamando a todos los argentinos a convertirse en sus activos constructores. Con la retórica de la Doctrina social de la Iglesia y del New Deal rooseveltiano, desde un principio quedará esbozado en las alocuciones del militar el propósito perseguido por el nuevo gobierno: reemplazar el Estado liberal imperante por un Estado social. Un Estado “moderno”, como lo llama recurrentemente el propio Perón, que velara por el bienestar de sus ciudadanos regulando las relaciones entre el capital y el trabajo, objetivo que también haría suyo bajo el nombre de Estado de bienestar la Conferencia General de la Organización internacional del Trabajo reunida en Filadelfia unos meses más tarde.

1. El trabajo, lugar de armonía y fuente de emancipación

La narración de Perón va tejiéndose sobre la marcha desde ese puesto clave en el poder que él mismo elige ocupar. El propio término “trabajo” se convierte casi en un eslogan del nuevo gobierno y discursivamente se configura no tanto como una actividad, más bien como un lugar, un lugar para todos, un punto de encuentro, de convergencia: es precisamente allí donde ha de concretarse la unión de todos los argentinos.

Pero sería imposible entender la propuesta que Perón formula desde sus primeros contactos con sus compatriotas si no tuviéramos en cuenta el estatuto “profundamente histórico” del concepto de trabajo que, por aquellos años, se encontraba en el cénit de su valoración (Méda, 1995, 100-105). El militar convoca todo el pensamiento occidental moderno para forjar en torno al trabajo una narrativa en la que se conjuga una multiplicidad de significados positivos vinculados a la esencia humana, la libertad creadora, la realización del ser. El trabajo también se constituye en un verdadero factor de cohesión social enfocado a la construcción de un futuro mejor y la grandeza de la patria. De este modo, todos los argentinos debían convertirse en trabajadores al servicio de un ideal colectivo superior, en una sociedad de la que todos y cada uno se sintiera parte integrante.

El secretario de Trabajo no cesará de insistir en sus alocuciones de la época en “la relación entre los patrones, los obreros y el Estado”. En sus palabras resuena el discurso sansimoniano según el cual todos y cada uno de quienes están implicados en la producción constituyen la clase trabajadora o productiva en las sociedades industriales. De este modo, todos los argentinos, obreros, empleados, comerciantes, profesiones liberales, docentes, periodistas, capitalistas, están llamados a participar en la construcción de una sociedad más justa. Queda así obturado el discurso de la lucha de clases que había ganado popularidad entre los trabajadores de las nuevas industrias que proliferaban en Buenos Aires. Con el objetivo de erradicar todo resabio de pensamiento marxista, la consigna inicial explícita del gobierno de la revolución era la sustitución de la lucha de clases por la colaboración, o la armonía, entre todos los sectores de la sociedad.

En una dinámica similar a la iniciada por Roosevelt en Estados Unidos, los beneficios ofrecidos por el nuevo Estado social requerían que toda la población estuviera empleada, que todos los argentinos tuvieran “el derecho y el honor de ganarse la vida” (Perón, 2022, II, 743). Al mismo tiempo que se acercaba a sus diferentes interlocutores y públicos, el secretario insistía en “el imperativo de la organización”, que debería ser “indestructible”. Perón hablará de una sociedad “organizada”, es decir, una sociedad de trabajadores. Así es como se consolidará el movimiento obrero en poderosos sindicatos que, convirtiéndose en actores centrales de la vida política y social, pasarán a ser conocidos como la “columna vertebral” del peronismo, expresión utilizada por toda esa tradición discursiva y política que emerge en los años 40 y se fortalece con la alianza entre Perón y las estructuras sindicales.   

2. Amigos y enemigos

En toda narración política se cuenta un antagonismo entre un nosotros y un ellos, y aparece un representante general o sujeto político que en el plano discursivo se identifica con la totalidad del nosotros (Scavino, 2012).

A primera vista, la narrativa que va tramándose desde la experiencia concreta de Perón al frente de la Secretaría de Trabajo pareciera quedar al margen de esa ecuación que enfrenta a amigos y enemigos. Aun así, sus primeros discursos ponen el acento en la desaparición de la política como condición de posibilidad para la unión de todos los argentinos. Este requisito se sustenta en la idea de que la política, practicada tanto por los partidos de las democracias liberales como al interior de los sindicatos, causa divisiones. Reformulando: sí que hay un enemigo, y es la política. Para erradicar a los “agitadores profesionales” con su prédica de la lucha de clases que atiza el conflicto entre capital y trabajo, el militar promueve la creación de un sindicalismo exento de toda política en el que solamente primen las cuestiones gremiales.

Siguiendo una tradición discursiva iniciada décadas antes dentro del nacionalismo argentino, Perón coloca en el extremo virtuoso de la ecuación al “Ejército de la Patria”, del cual es miembro y al que confunde en sus palabras con “el pueblo mismo”, dotado del altruismo necesario y capaz de proteger “los sagrados intereses de la patria” y la instauración del Estado de bienestar. Los soldados, “educados para ser jefes”, constituyen en esta primera narrativa la sinécdoque de la Nación. No obstante, este protagonismo no habrá de ser duradero. Ya para mediados de 1944, en un acto organizado por los tranviarios, uno de los sindicatos para entonces más cercanos al gobierno, el funcionario pone en un pie de igualdad a militares y trabajadores:

Hoy, el Ejército y el trabajo son ramas de un solo árbol: una, los trabajadores que elaboran la riqueza; y la otra, nosotros, los soldados que la custodiamos. ((Discurso pronunciado el 20/08/1944.)) (Perón, 2022, 405)

La fuerza de esta sentencia puede apreciarse recorriendo la historia hacia adelante, pero también hacia atrás. En décadas anteriores, numerosas habían sido las oportunidades en que las Fuerzas Armadas ejercieran la violencia y represión contra los trabajadores, práctica que no se limitaba a los gobiernos militare ((Dos episodios represivos fueron registrados durante la primera presidencia de Hipólito Yrigoyen: la Semana Trágica de enero de 1919 y la Patagonia Trágica entre 1920 y 1922.)). Por otra parte, analizadas en retrospectiva con el conocimiento de lo que ocurrió después, las palabras de Perón pueden leerse como una prefiguración de la nueva narrativa que comenzará tan solo un año más tarde.

Con todo, esta primera trama no goza de buena salud en la mística del peronismo, probablemente debido a sus características aledañas al fascismo. Sin embargo, resulta esencial precisamente para entender lo que sucedería después: es indudable que sin ella no habría surgido el significante “trabajador” que funcionará como representante general de la segunda narración de Perón, la más emblemática, que primará durante toda la década posterior al 17 de octubre de 1945.

II. El trabajador contra la oligarquía y el imperialismo

En su proyecto original, Perón había querido reunir a todos los argentinos bajo la estimulante égida del trabajo en la creación de una nueva Argentina. Para ello, tras convocar a los sectores obreros seguidos de las capas medias, se había dirigido a los capitalistas congregados en dos organismos centrales, la Sociedad Rural y la Unión Industrial Argentina, en un documentado discurso pronunciado en la Bolsa de Comercio de Buenos Aires. Allí hacía hincapié en la necesidad de generar nuevas políticas para una distribución de la riqueza que permitiera garantizar el orden social que tanto preocupaba entonces a su auditorio.

Sin embargo, cuando las reformas sociales implementadas por el Gobierno del 4 de junio comenzaron a hacerse visibles, distaron de fanatizar al grueso de los sectores patronales, quienes acusaban al Estado de excederse en sus facultades sobre la economía.

En efecto, los empresarios y patrones vieron afectada su autonomía para fijar condiciones de trabajo, salarios y vínculos con sus empleados; debieron ajustarse a una creciente intervención estatal en los conflictos laborales y admitir un avance en la organización de los sindicatos y en la negociación colectiva. En muchos casos, estos grupos expresaron fuerte oposición y temor ante la consolidación del poder sindical y la obligatoriedad de cumplir nuevas normativas. Gran parte del empresariado nacional y extranjero consideró que el equilibrio de fuerzas se inclinaba en favor de los trabajadores y veía la Secretaría como un “bastión” del movimiento obrero.

Por otro lado, en consonancia con los alineamientos vernáculos respecto de la situación en Europa, la oposición al gobierno militar (los partidos en su mayoría proscriptos y los grandes intereses) se ubica discursivamente bajo la consigna de la democracia occidental, asociada con el antifascismo. Todos arremeten entonces contra el “fascismo” del gobierno y de Perón. Dos episodios clave en 1945 marcan la tensión que generan en la oposición las políticas sociales desarrolladas por el secretario de Trabajo: en primer lugar, la publicación en el mes de junio del Manifiesto del Comercio y la Industria firmado por más de trescientas organizaciones patronales con el auspicio de la revista Antinazi; en segundo lugar, la Marcha de la Constitución y la Libertad, realizada el 19 de septiembre en el centro de Buenos Aires con gran convocatoria de manifestantes de clase media y alta abiertamente antifascistas.

A principios de octubre, tras un enfrentamiento interno, una votación de oficiales superiores decide exigir la renuncia del coronel Perón (que para entonces sumaba las funciones de vicepresidente y ministro de Guerra a la de secretario de Trabajo y Previsión). Ante esta noticia, la Confederación General del Trabajo organiza para el 18 de octubre una huelga general. Pero el 17 una gran movilización espontánea de trabajadores procedentes de diferentes localidades del conurbano confluye en la Plaza de Mayo frente a la Casa Rosada, sede del gobierno nacional. Tarde esa noche, ante los reclamos de la multitud, Perón hace su aparición y desde los balcones de la Casa Rosada se dirige a la marea humana allí congregada.

Juan Domingo Perón el 17 de octubre de 1945 desde el balcón de la Casa Rosada

Juan Domingo Perón el 17 de octubre de 1945 desde el balcón de la Casa Rosada.
Autor desconocido. Archivo General de la Nación, dominio público.

1. Genealogía del 17 de octubre o el nacimiento del peronismo

El destituido secretario de Trabajo improvisa desde el balcón de la Casa de Gobierno un discurso que logra el objetivo deseado: pacificar a la multitud. En el fluir de su voz se vuelve recurrente la invocación a los “trabajadores”, a la “masa sudorosa”, al “renacimiento de una conciencia de los trabajadores” (Perón, 1946, 185-187). Con la espontaneidad que caracteriza a quien va por la vida seguro de sus pasos, Perón anuncia su retiro del Ejército verbalizando el trueque de su uniforme militar por la casaca del civil. En efecto, esa misma noche está vestido de traje y corbata. Gesto simbólico que marca definitivamente la cesión del protagonismo del Ejército al trabajador como representante general del naciente relato. Incluso, Perón enfatiza este cambio al hacer propio un calificativo que le fuera atribuido meses antes por miembros del gremio de los ferroviarios, el de “primer trabajador”.

Esta fecha quedará por siempre grabada en la memoria peronista, pues abrirá un nuevo sendero, el de la carrera del antiguo militar hacia la presidencia de la Nación. Con todo, es posible rastrear indicios de una inflexión hacia el nuevo relato en alocuciones anteriores.

A escasas semanas de su no tan fecundo encuentro con los capitalistas en la Bolsa de Comercio, es promulgado el Estatuto del Peón Rural. Tras el desacato por parte de la Sociedad Rural Argentina, el tono del Perón secretario de Trabajo de inmediato mutará en arenga. En ocasión de un discurso pronunciado en el pueblo bonaerense de Junín, el funcionario comienza a delinear al enemigo a través de múltiples metáforas: “las fuerzas que se oponen a nuestra política social”, “el egoísmo”, “las fuerzas del mal”, a las que él y sus colaboradores habrían de oponer “las fuerzas del bien”. No sería del todo descabellado conjeturar que esta segunda narración política de Perón nace en las propias entrañas de la llanura pampeana, en ocasión de la defensa de la inédita ley que debía regular las condiciones laborales de los empleados de campo. Es precisamente a partir de allí que el funcionario va a dar rienda suelta al combate discursivo en el que enfrenta a partidarios y adversarios:

Nosotros realizamos leal y sinceramente una política social encaminada a dar al trabajador un lugar humano en la sociedad. Lo tratamos como hermano y como argentino. Ellos dicen que somos demagogos. Demagogia han hecho ellos, verdaderos enemigos de la democracia que, en vez de dignificar el trabajo, humanizar el capital y elevar material y moralmente al pueblo, se dedicaron a adularlo, exaltando las malas pasiones, fermentando el espíritu de indisciplina social y contribuyendo a falsear y extraviar la noción de la cosa pública, indispensable para la obra ciudadana en toda democracia […] ((Discurso pronunciado el 15/10/1944. Las cursivas son siempre nuestras.)) (Perón, 2022, 629)

Las palabras sulfurosas de Perón van a ir abriendo una brecha que enfrentará a propios y ajenos en la cada vez más aludida “lucha”. En ese mismo encuentro con los trabajadores de la provincia de Buenos Aires se revelará el nombre del enemigo del pueblo trabajador: la “oligarquía”, que irá identificándose cada vez más con todos aquellos que se oponen a las políticas sociales del gobierno. Si ese “ellos” parece ya tener un nombre, el “nosotros” se hará con el suyo en la respuesta de Perón al Manifiesto del Comercio y de la Industria, documento publicado en el diario La Nación que tenía como objetivo criticar la política social del gobierno. En la coyuntural segunda mitad de 1945 Perón contesta:

El mundo, señores, vive momentos de reestructuración, de profunda evolución, que solamente los miopes o los simples pueden ignorar en estos momentos. La clase trabajadora ha pasado a tener una enorme responsabilidad en el Estado como nunca en otros tiempos ha tenido. Esa responsabilidad de la clase trabajadora debe llevarnos a una profunda meditación sobre la acción a desarrollar en el futuro. Si la clase trabajadora siguiese pensando que no le incumbe a ella reflexionar sobre los problemas del país, el futuro de nuestra Patria volvería a lo que fue antes del 4 de junio. La clase trabajadora debe pensar que cada uno de sus hombres, el más humilde, representa un piñón de ese enorme engranaje que está constituido por todo el factor humano de nuestro país, así como cuando en una corona falla uno solo de sus engranajes, la máquina no marcha con la misma suavidad y potencia que cuando la corona está íntegramente sana. Cada trabajador debe tener conciencia de este hecho y reflexionar profundamente en que de su acción y de su propio pensamiento dependerá no sólo su futuro sino el del país. ((Discurso pronunciado el 29/07/1945.)) (Perón, 1946, 126)

La metáfora sansimoniana de la máquina (Saint-Simon, 1965, 28) le sirve al orador para despertar por completo la atención de su público. Aquí se encuentra enunciado el papel de los trabajadores como sujetos de la historia cuya misión será no solo la emancipación de su clase como en la narrativa marxista, sino la de la patria entera de quien serán la sinécdoque. A estas alturas queda solo un antagonista por entrar en escena: el imperialismo que, como término relacional, aparece también en una coyuntura precisa.

La elección presidencial de principios de 1946 se despliega en el marco de la polarización fascismo-antifascismo que subordinaba el devenir de la política argentina a los alineamientos europeos. Durante la campaña electoral, Spruille Braden, fugaz embajador de Estados Unidos en Argentina y escéptico frente al crecimiento del sindicalismo en el país, había prestado apoyo a la Unión Democrática (UD), partido de la oposición. El 9 de febrero, día anterior a la presentación de la fórmula presidencial Perón-Quijano, el Departamento de Estado sorprenderá con la difusión de un informe en el que denunciaba, entre otros asuntos, la connivencia del gobierno militar con los totalitarismos europeos, documento que pasará a la historia con el nombre de “Blue Book”, o “Libro azul”, por el color de sus tapas. Captando y capitalizando el particular momento político, Perón consagra el discurso de oficialización de su candidatura a una elegante pero firme denuncia de la injerencia del representante de Estados Unidos en “la política y la economía de naciones que no son la suya”, y en el fluir de sus palabras da cuenta del peculiar acercamiento entre Braden y los integrantes de la lista electoral con la que compite.

En un crescendo retórico lejos de ser improvisado, la proclama toca su punto culminante al anunciar que la inminente elección rebasa el campo político argentino para convertirse en otra cosa. Perón advierte que votar por la UD significaría entregar el poder al “señor Braden”, lo que equivaldría a la pérdida de la soberanía. La insólita antinomia con la que el político cierra la proclamación de su candidatura, “O Braden o Perón”, certifica la entrada en escena del componente imperialista encarnado en el gigante del Norte, nuevo imperio surgido tras la Segunda Guerra Mundial. ((Discurso pronunciado el 12/02/1946.)) (Perón, 1946, 188-201)

2. Dos términos políticos con historia en la Argentina: oligarquía e imperialismo

Así como no podría pensarse el surgimiento del término “trabajador” como protagonista de esta segunda narración de Perón sin su paso por la Secretaría de Trabajo y las innumerables peripecias hasta el 17 de octubre de 1945, tampoco se podría entender su oportuno recurso a los significantes “oligarquía” e “imperialismo” ignorando que ambos ya gozaban de circulación en los medios intelectuales y políticos de la época.

En efecto, las palabras “oligarquía” e “imperialismo” ya aparecen confabuladas en la narrativa de la historia tramada por dos movimientos paradójicamente oriundos de ámbitos político-intelectuales opuestos: el Revisionismo Histórico y la Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina (FORJA). Estos dos grupos de intelectuales, el primero surgido de las entrañas del nacionalismo argentino que había depuesto al presidente radical Hipólito Yrigoyen en 1930, y el segundo formado por seguidores intransigentes del mandatario, hacen su aparición a mediados de los años 1930 y elaboran una relectura de la historia nacional bastante complementaria al momento en que tambalea el consenso acerca del Estado liberal democrático.

Probablemente el mayor logro de los revisionistas de los años treinta resida en la imposición de la oligarquía como antagonista principal en el escenario político argentino. La reanudación de la bilateralidad comercial con el Reino Unido en las postrimerías de la Gran Depresión que, desde los comienzos del Estado nacional con las presidencias de Sarmiento y Roca, había colocado a la nueva nación en la órbita del palpitante capitalismo mundial, comienza entonces a ser fuertemente cuestionada en los círculos de un nacionalismo político creciente. Tanto La Argentina y el imperialismo británico (1934), de los hermanos Rodolfo y Julio Irazusta, como Catilina contra la oligarquía (1935), de Ernesto Palacio, constituyen textos fundacionales en la construcción de una “oligarquía” empeñada en el logro de sus propios intereses sin vacilar en traicionar la nación y el bien común. El término “oligarquía” no era nuevo. Se lo empleaba con asiduidad para descalificar al adversario, especialmente en la prensa política. Es más, puede rastreárselo hasta los tiempos del general Roca (1880-1886). Lo novedoso del aporte revisionista es la relación de filiación que establece entre el gobierno de turno y los llamados “liberales” de las diferentes etapas del siglo XIX. En el aún corto derrotero del país, estos últimos habrían hecho todo por favorecer, además de los propios, los intereses extranjeros, especialmente los de Gran Bretaña, convertida en la nueva metrópoli tras consumarse la Independencia a partir de 1810. El Revisionismo identifica la “oligarquía” con el sector agroexportador, es decir, los terratenientes invernadores aliados al gobierno de Agustín Justo (1932-1938) y los capitales británicos. Vender, o entregar al país, es según los revisionistas la especialidad de la denostada oligarquía (Irazusta, 1934), idea que perdurará en el léxico político nacionalista posterior, incluido el peronismo.

Por su parte, Raúl Scalabrini Ortiz, principal teórico del grupo FORJA, formulará una crítica acérrima al “imperialismo” encarnado en la figura de Inglaterra, cuyo plan de dominación habría sido concebido desde los albores de la historia argentina. Plagada de metáforas y juegos de máscaras, la historia interpretada por Raúl Scalabrini Ortiz a partir del primer número de la publicación Cuadernos de FORJA (1935) narra la persistencia de una Pérfida Albión que a través del tiempo habría asechado a la joven nación sudamericana.

Ambas lecturas se inscribían en una perspectiva más amplia que predominaba por esos años: la búsqueda de un responsable a quien acusar por los males que aquejaban al país y le impedían concretar el destino de grandeza que los constructores del Estado nacional le habían augurado.

Para cuando Perón haga uso de ellos, no le será necesario definir los términos “oligarquía” e “imperialismo”, a los efectos de legarles la plaza del enemigo. Cual significantes vacíos (Laclau, 2005, 53) carentes de un significado fijo o unívoco, disponen de una carga simbólica tal que les permite ocupar con facilidad el lugar que les es atribuido en el nuevo relato. De esta manera, en tiempos de Perón, y sobre todo de Eva Perón, la “oligarquía” pasará de remitir a la connivencia del gobierno con los intereses agroexportadores a nombrar específicamente al enemigo del pueblo trabajador, a quien, de paso se le atribuye un déficit moral. En palabras de Perón:

No somos enemigos de los buenos comerciantes, de los industriales, de los buenos ganaderos ni de los buenos patrones. Somos enemigos de los egoístas, capaces de ser indiferentes a la miseria sin que se les conduela el corazón, porque la única víscera sensible que tienen es el bolsillo. ((Discurso pronunciado el 1/01/1946.)) (Perón, 1946)

III. Perón y la juventud

El 15 de septiembre de 1955, un golpe cívico-militar desaloja a Perón de la Casa Rosada tres años antes del final de su mandato, con violencia, con muertes. La sedicente “Revolución libertadora” lo arroja a un destierro que durará casi dieciocho años, proscribe su partido y prohíbe a los argentinos cualquier referencia al presidente destituido como a toda la simbología creada por el movimiento que ha tomado su nombre. Desde el exilio forzado que terminaría por anclarlo en Madrid, y en consonancia con las tempestades políticas y sociales que asolaban al “Tercer Mundo”, el argentino no pasará por alto en sus consideraciones y análisis las revoluciones sociales y anticoloniales que por entonces predicaban la “liberación nacional” ((Era el caso de Cuba, Argelia, China o Vietnam.)) sin dejar por ello de prestar una atención aguda a las bifurcaciones de la política argentina. La narrativa que Perón construye en esta encrucijada, a través de su correspondencia, mensajes y libros, va concediendo protagonismo a un sujeto que habrá de pasar pronto a primer plano en todo el mundo occidental: la juventud, en este caso latinoamericana y argentina. Si bien los 60 van a ser la década en que profundizará esta narrativa, no sin radicalización, ya durante su segunda presidencia, comenzada en 1952, pueden rastrearse indicios de ella en consonancia con un acercamiento a los demás países del continente.

1. La unidad latinoamericana

En el marco de la ya instalada Guerra Fría que, en la estela de la conferencia de Yalta había dividido la política internacional en dos bloques, el Oeste capitalista liderado por Estados Unidos, y el Este socialista con la Unión Soviética a la cabeza, Perón consagra una prioridad especial a la integración económica latinoamericana, guiado por su convencimiento acerca de la inminencia de un tercer enfrentamiento mundial.

Ante un público reservado en la Escuela Nacional de Guerra el presidente argentino advertía acerca de la amenaza que representaban las dos nuevas potencias imperialistas para los países del subcontinente, pues era precisamente allí donde se encontraba “la mayor reserva mundial de materias primas y de alimentos” ((En un discurso pronunciado el 11/11/1953.)) (Perón, 2020, 173-183). Para contrarrestar dicho peligro era necesario que las jóvenes repúblicas se asociaran en una “confederación de estados americanos” (Perón, 2020, 173-183) con la persecución de objetivos propios. De este modo, el porvenir les sería favorable. Estos conceptos ya venían enunciados en la doctrina de la Tercera Posición que el mandatario había expuesto ante intelectuales del mundo entero en ocasión del Congreso Nacional de Filosofía celebrado en abril de 1949, al mismo tiempo que nacía la OTAN. Íntimamente asociada a la justicia social, esta filosofía “justicialista” (Perón, 2016, 293) preconizaba el no alineamiento detrás de ninguno de los dos bloques entonces dominantes de la geopolítica y la búsqueda de una alternativa que ofreciera a las naciones jóvenes “una nueva posición en el mundo”. El lema “Ni yanquis ni marxistas, peronistas”, que había de popularizar el peronismo a partir de la década de los sesenta, resume bien esta cuestión.

Para cuando Perón transita su exilio madrileño (1960-1973), alternan en Latinoamérica democracias condicionadas con cruentas dictaduras, signadas ambas por la influencia de la CIA y la aplicación de medidas represivas y recetas económicas impuestas por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. En fase con los movimientos de descolonización y liberación nacional -con Cuba como paradigma-, el político abrazará entonces el discurso de la “liberación nacional” asociando la situación argentina y latinoamericana a la de todos los pueblos oprimidos por el colonialismo. Invitado a participar de un proyecto editorial por intelectuales de la izquierda latinoamericana ((El evocativo título de la colección era “Despertar de América Latina”.)), su contribución se concreta con Latinoamérica ahora o nunca (1967) y La hora de los pueblos (1968), en los que desde el título el aire revolucionario de los tiempos se funde con la inminente venida del porvenir. En sus páginas llama a la acción y radicaliza la denuncia de la política internacional de los Estados Unidos con sus innumerables facetas nefastas para los países del subcontinente. Escribe Perón:

Así entramos en el siglo XX; bajo el signo de la famosa “Doctrina Monroe” se intenta permanentemente, siempre con los mismos resultados, la integración americana, en la que Latinoamérica sería el caballo y USA el jinete. Ello es precisamente lo que ha impedido la realización de toda integración continental. (Perón, 2017, 234)

Las críticas que el desterrado profería acerca del panamericanismo impulsado por Estados Unidos continuaban una línea coherente con lo que había comenzado a predicar a principios de los 50, pero también traían el eco lejano de otras voces que se habían expresado en las postrimerías de la Primera Guerra Mundial y que habían florecido en el ámbito universitario.

2. La juventud mesiánica del pasado

En la década de 1920, la Unión Latinoamericana (ULA) fue una de las principales organizaciones que impulsaron el proyecto de unidad entre las repúblicas que se extendían al sur del río Bravo. Fundada en Argentina en 1925, producto de un fuerte rechazo a la Unión Panamericana de Washington, y compuesta por intelectuales y estudiantes de varios países, la ULA tenía un marcado carácter antiimperialista y latinoamericanista, y buscaba generar una opinión pública favorable a la integración cultural, política y económica de la región para contrarrestar las diferentes manifestaciones del expansionismo estadounidense sobre los países del continente. En efecto, mucha agua había corrido desde la adopción en 1823 de la Doctrina Monroe que inicialmente había erigido al poderoso vecino del Norte como protector y guardián que ofrecería garantías de seguridad a las jóvenes naciones americanas frente al peligro de probables conquistas europeas. La ULA denunciaba el panamericanismo en cuanto poderoso instrumento de dominación implementado por Estados Unidos para imponer su diplomacia y fuerza militar, constituyéndose en verdadero “árbitro de los destinos americanos” (Ingenieros, 1922, 7).

La ULA fue un producto de la Reforma Universitaria de 1918, movimiento harto complejo iniciado en la universidad de Córdoba que se propagará por toda Latinoamérica rebasando el claustro e impulsando la organización y politización del estudiantado ((El APRA peruano fue un producto de la Reforma universitaria.)). Su lema inicial, “La juventud argentina de Córdoba a todos los hombres libres de América del Sur”, era más que explícito en cuanto al protagonismo de la juventud (argentina, americana), que habrá de convertirse rápidamente en el heroico sujeto de la historia en lucha con una serie de adversarios cuyo último avatar resultará ser el imperialismo norteamericano.

El reformismo, como se llamó a ese movimiento, había sido profundamente inspirado por Ariel (1900), el célebre ensayo que José Enrique Rodó había dedicado a “la juventud de América” exhortándola a obrar por un futuro distinto en tiempos en que el modo de vida capitalista oriundo de Norteamérica ya prosperaba en la mayoría de las ciudades latinoamericanas. A propósito, la propia noción de América Latina había aflorado tan solo unas décadas antes precisamente en una tentativa de frenar el influjo de la joven, aunque vigorosa potencia del Norte sobre las flamantes repúblicas independientes al sur del Río Bravo. Advirtiendo el peligro que ya representaba a mediados del siglo XIX la expansión norteamericana hacia el Sur, el chileno Francisco Bilbao forjará desde París la expresión “América Latina” en contraposición a la de “América Sajona”. Sobre el individualismo utilitarista de esta última debía triunfar la civilización heredera de Roma que renacería con la unidad de las repúblicas latinoamericanas. Sin embargo, para cuando Rodó escribiera el Ariel, ya había cundido la “nordomanía”, o la imitación de las costumbres utilitaristas del Norte por parte de las sociedades latinoamericanas. En esa misma época, el argentino Manuel Ugarte denunciará “el peligro yanqui” que representaba el régimen capitalista en vías de exportación. Los jóvenes reformistas tendrían que apropiarse el desafío de abrir nuevos caminos hacia modelos distintos de modernidad que se alejaran del capitalismo y pusieran a Latinoamérica en la vanguardia de los destinos futuros.

3. La juventud maravillosa hacia el futuro

Hay señales tempranas de ese futuro protagonismo que Perón habrá de conceder a los jóvenes en su tercera narración. En un encuentro de 1954 con universitarios oriundos de diferentes países de la región, el presidente se acerca a su auditorio buscando transmitirle la convicción y el fervor de llevar a cabo aquello en lo que las generaciones pasadas habían fracasado: la unión de las repúblicas americanas. Para ello, hará una apología de quienes serán llamados a convertirse en los nuevos héroes, en cuyas manos, inteligencia y entusiasmo quedará depositada la consigna de la lucha en tiempos de gran tensión marcados por la intervención norteamericana en los países de América central con la llegada de la United Fruit Company y la destitución del guatemalteco Jacobo Árbenz.

Casi una década más tarde, el exiliado jefe volverá a dirigirse desde Madrid a la juventud, esta vez específicamente argentina. “La nueva generación debe continuar la lucha” es el magnético título de un artículo de Perón publicado en 1963 en la revista Nueva Estructura. Allí ya puede comprobarse su intención de pasar la posta a la juventud:

Nosotros y las generaciones que nos precedieron, bien o mal hemos cumplido la misión que teníamos en la mitad primera del siglo XX. Ahora le toca a la nueva generación terminar el trabajo en la segunda mitad del mismo. […] Para que ello suceda es menester que la juventud tome la conducción y la responsabilidad. […] Mucha gente joven ha llegado hasta mí, con la justa inquietud de sus aspiraciones, y nadie puede discutir la necesidad y conveniencia de la sangre nueva, porque cuando se olvida a la juventud se renuncia al porvenir. (Perón, 1963)

A diferencia de los trabajadores dos décadas antes, este nuevo “nosotros” irá modelándose a la distancia, a través de la correspondencia y la voz plasmada en grabaciones procedentes de Madrid, y llevará delineado un objetivo principal y preciso: concretar la vuelta del líder al país. Porque el acercamiento del presidente depuesto y desterrado a ese sector del movimiento ampliamente conocido como “Juventud Peronista”, se produce en una coyuntura particular, en la que cundían las rivalidades dentro del propio peronismo.

Durante la larga ausencia del líder, el sindicalismo había experimentado cambios ante la necesidad de adaptarse a las diferentes bifurcaciones políticas y económicas para poder sobrevivir. Lo cierto es que para la década que nos importa, la “columna vertebral” se encontraba fracturada en dos: los “duros” y los “blandos”, tendencias que divergían en materia de lealtad a Perón. Los “blandos” se habían decantado por el pragmatismo, la negociación y el diálogo con los gobiernos sucesivos, compuestos por democracias débiles seguidas de golpes militares, y estaban dispuestos a llevar adelante un “peronismo sin Perón”. Los “duros”, en cambio, fieles al líder proscripto, militaban por su vuelta urdiendo episodios de resistencia armada que creaban un clima de ingobernabilidad. Junto a la juventud integraban el Movimiento Revolucionario Peronista.

A tono con la época y los discursos por los que transitaban las jóvenes generaciones, Perón capta la fascinación de su nuevo sujeto político por la revolución y la utopía de instaurar el socialismo en Argentina y modula en consecuencia el lenguaje de sus intervenciones, cartas o mensajes grabados, en los que habla de “recolonización”, “fuerzas de ocupación imperialista”, “liberación”, “socialismo nacional” ((Se hablaba entonces de la “patria socialista”.)). Esta sintonía portará los frutos deseados: Perón vuelve definitivamente a la Argentina en junio de 1973 por acción de esa ala “revolucionaria” comandada por la Juventud.

Final abierto

El secretario de Trabajo, candidato a presidente y líder desterrado de un movimiento siempre en construcción, fue tejiendo en diferentes presentes de enunciación, y apropiándose elementos de relatos existentes, sus propias narraciones políticas. Estas, consignadas en el segmento acotado por la vida, terminaron siendo tres. Cada una de estas tramas atraería adeptos en las diferentes coyunturas de la historia. Y cada “peronismo” posterior ha estado más en sintonía ya con una ya con otras. La vuelta de Perón a la presidencia en 1974, con su acercamiento final al sindicalismo, tuvo ribetes del relato que protagonizaran los trabajadores. La década gobernada por Néstor y Cristina Kirchner (2003-2015) se identificó directamente con la narrativa de la juventud. La era Menem (1989-1999), en cambio, dio una prueba de la maleabilidad, o vacuidad, del significante “peronismo”, que pudo ser vaciado e invocado hasta para llevar adelante políticas neoliberales. Hoy, a ochenta años del primer 17 de octubre, queda por verse con cuál de las tres narraciones sintonizarán las futuras generaciones peronistas. O tal vez haya llegado la hora de inventar una nueva canción ((Tomamos la idea de una nueva canción del peronista Axel Kicillof.)).

Notas

Bibliografía

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Pour citer cette ressource :

Cecilia Beaudoin-Wibberley, Las tres narraciones de Juan Domingo Perón (en los orígenes del peronismo), La Clé des Langues [en ligne], Lyon, ENS de LYON/DGESCO (ISSN 2107-7029), décembre 2025. Consulté le 10/12/2025. URL: https://cle.ens-lyon.fr/espagnol/civilisation/histoire-latino-americaine/argentine-et-uruguay/las-tres-narraciones-de-juan-peron-en-los-origenes-del-peronismo