Entrevista a Diego Trelles Paz
El autor de Bioy estuvo en Lyon en junio de 2017, invitado por la Villa Gillet en el marco del festival de las Assises Internationales du Roman. Ángela Ramírez y María E. Arthuis aprovecharon la ocasión para hacerle una entrevista.
Diego Trelles Paz
© Mal Corazón
Diego Trelles Paz nació en Lima, en 1977. Su obra es principalmente conocida por tener como leitmotiv tenaz, la violenta historia peruana de finales del siglo XX y sus repercusiones en el siglo XXI. Así, en novelas como Bioy (2012) y La procesión infinita (2017) se adentra en los espinosos temas del conflicto interno y del terrorismo de Estado en el Perú de los años 1980, y de la dictadura de los años 1990. Excava tanto en los recuerdos más execrables de esa época como en las apremiantes preguntas que esos recuerdos conllevan ahora, en una época de supuesta posdictadura.
Sin embargo, su vena política radica igualmente en el lenguaje del que se vale para expresar no sólo la violencia histórica sino también la violencia fundamental del hombre; de ahí que su escritura esté siempre motivada por cierta audacia, cierto salvajismo formal. En sus libros de cuentos, Hudson el redentor (2001) y Adormecer a los felices (2015), se trata de envolver a los lectores en narraciones amenas y en un registro familiar, a menudo muy limeño, para revelarles viciosamente los fracasos y la perversidad del hombre. Con la compleja estructura de su primera novela, El círculo de los escritores asesinos (2005) –novela policíaca alternativa en la que la influencia de Roberto Bolaño es muy visible–, desmorona cualquier confianza en la palabra de los narradores o del editor y muestra un mundo literario tan grotesco, mezquino y criminal como cualquier otro mundo. Finalmente, en Bioy y La procesión infinita, los mecanismos del cine y de la escritura cibernética se suman a esa desestructuración de las voces y de los planos narrativos para expresar lo caótico y lo proteico del mal.
Las obras de Diego Trelles Paz buscan ser entonces electrochoques literarios en un mundo –si retomamos el título de su libro de cuentos– de felices adormecidos.
Diego Trelles Paz estudió cine y periodismo (Universidad de Lima) y ha sido crítico de música y de cine (El Comercio, Caleta). Es doctor en literatura latinoamericana (Universidad de Texas, Austin), coordinador de la antología El futuro no es nuestro. Narradores de América Latina nacidos entre 1970-1980 (www.piedepagina.com, 2009) y autor del ensayo Detectives perdidos en la ciudad oscura. Novela policial alternativa en Latinoamérica. De Borges a Bolaño (Ediciones Copé, 2017).
La novela Bioy ganó el Premio Francisco Casavella en 2012, fue finalista del Premio Rómulo Gallegos en 2013 y traducida al francés en 2015 (editorial Buchet/Castel).
Su última novela, La procesión infinita, fue finalista del Premio Herralde en 2016, publicada por la editorial Anagrama en 2017, y será publicada en francés por la editorial Buchet/Castel en 2018.
«Yo no podía narrar la violencia del Perú desde el maquillaje. No podía hacerlo sin que te raspe ».
Para empezar, notamos en Bioy una gran variedad de tiempos, de voces, de géneros, la influencia del cine… ¿Cuál es la función de esta heterogeneidad en tu escritura para tratar el tema de la violencia no contada?
Al comienzo pensé que iba a ser una novela corta, sobre un militar que termina hecho un delincuente por el sistema que lo degrada. Luego me di cuenta de que yo quería contar más cosas, no solamente los años del conflicto interno sino una especie de historia de la violencia en el Perú de los últimos 30-40 años. Hasta llegar al presente, el de la violencia desaforada de Lima y del narcotráfico. Mi idea era hablar de la violencia que formó una generación como la mía. ¿Pero cómo contar esa historia de la violencia –la de los «coches bombas», de los apagones, la de los opositores encarcelados, de los desaparecidos–, una violencia donde se calcula que hubo 70 000 muertos? Para contar una violencia tan sangrienta, tan destemplada, tanto del lado del terrorismo de Sendero Luminoso como del lado del terrorismo de Estado, había que violentar las estructuras. Por otra parte, lo del cine es una cosa que yo ya venía practicando desde mi anterior novela (El círculo de los escritores asesinos). Soy un escritor que cree en la multidisciplinaridad. No creo en la Literatura, con mayúsculas, siempre fui un lector de Puig, por ejemplo. Entonces, en mis novelas, la cultura popular y el cine están presentes en el momento de narrar. Por eso en Bioy, por momentos, vemos una cámara que está detrás de los narradores o una escena de violencia que está narrada como si fuera una cámara de seguridad, o como si fuera un documental. Me aproximo a la estética del cine para poder mostrar ciertas cosas. Tengo cierta pretensión de objetividad, de distancia, quiero contar esas historias desde un punto de vista a través del cual el lector pueda apreciar, de una manera muy dura, qué paso y por qué.
¿Consideras que la novela tiene un rol histórico: el de hacer resurgir el pasado en las conciencias?
Bueno, esa voluntad es clara aunque considero que la literatura nunca debe decir al lector qué pensar ni cómo. Si la literatura se transforma en un vehículo de moralización e ideologización muy evidente, entonces lo que estás haciendo no es una novela sino una especie de panfleto y es lo que yo huyo. Y esto a pesar de que como persona (y tal vez como escritor pero no dentro de mis obras) tenga un punto de vista y una posición política. Ahora bien, es claro que el bien quizás más importante de cualquier país es la memoria. Por ejemplo en el Perú, vemos que la señora Fujimori (1) ha salido casi presidenta dos veces consecutivas. Entonces, ¿cómo es posible que luego de tantos años de violencia, cuando hemos recuperado recientemente la democracia, esta dictadura se transforme en democracia para acceder al poder? Ahí es importante la memoria. Hay gente muy joven, que no vivió esa época, que no entiende la amenaza que representa el fujimorismo, este populismo de derecha radical y que no entiende tampoco lo que es el MOVADEF (2). Entonces, como artista, me interesa que la literatura sea una herramienta para que los jóvenes y las personas que vivieron esa época reflexionen, recuerden y luchen contra esa amnesia.
Entrando en las especificidades de Bioy: esta obra comienza por la violencia más cruda y termina por ella, literalmente, ya que el íncipit y el éxcipit comienzan exactamente por las mismas frases («Enferma, hambrienta, delirante. Asqueada hasta la náusea por el olor de su propia mierda»). Pero la primera descripción se refiere a una estudiante torturada por militares (Elsa) y la segunda a un criminal asesinado (Bioy). ¿Por qué esa circularidad, esa llegada a tal punto de relativismo y de fatalidad?
Eso fue adrede, por supuesto, es una visión bastante nihilista, entra en una lógica de la no salvación. La idea es que la violencia continúa en espiral. Esta idea también se encuentra en mi última novela (La Procesión infinita): nosotros, hasta el presente, seguimos en una procesión, en un duelo. Porque si bien la dictadura se acabó, la lógica de la dictadura está absolutamente presente en el país. La institucionalidad es muy pobre, y el poder judicial está tomado, de alguna manera (3). En Bioy hay casi una resignación y mi propuesta a la hora de presentar esta novela es «hay que estar alertas, esto no se acabó, en realidad nada se ha cerrado». Para mí esa violencia, si bien no exacerbada como antes, sigue presente. Por eso Bioy muestra a los hijos de la violencia. Y en este espacio donde ya no hay ningún tipo de estabilidad, la locura también es una parte esencial de esta novela. La última frase («Y sanseacabó.») viene de un ensayo de César Vallejo, me gustó mucho la sonoridad: «sanseacabó». Pero en realidad no se acaba, en realidad no sabemos lo que pasa después. Esa espiral no se cierra, sigue y se retroalimenta. El pasado salta a la cara y lo que intenta Bioy es arrojarte ese pasado a la cara, no para agredirte sino para que tomes conciencia de que eso existió y de que puede existir de nuevo.
«Un hombre que para el ojo público es un padre de familia ejemplar puede ser, en la oscuridad, un torturador, un tremendo hijo de puta. En Bioy, me interesaba mucho trabajar el asunto de la ambigüedad y de la degradación de las personas. Mostrar que en ese Perú donde todo era un caos absoluto, nosotros nos educamos bajo ese paradigma y no teníamos mucha certeza de qué era finalmente lo correcto.»
En la tercera parte de Bioy, hay un personaje joven, Marcos, que escribe en un blog donde se mezclan reflexiones filosóficas y humor corrosivo y pornográfico. ¿Por qué el blog te pareció un soporte interesante?
Como lo mencioné, a mí siempre me ha interesado algo que hacía Puig, que era la incorporación de la cultura popular al lenguaje literario culto, a la Literatura con mayúscula. Siempre hay que intentar renovar esa aproximación de acuerdo a lo que la realidad te va mostrando. Entonces me interesa ese desafío estético de hacer novelas sobre cosas prosaicas, efímeras, difíciles de novelar. Por ejemplo los SMS, el chat, los sitios de encuentro, todas estas nuevas formas que nos ha dado la tecnología y que forman parte de nuestra vida aunque, pienso yo, muchas veces de una manera perversa. Son elementos que cambian nuestra forma de pensar, de ser, de relacionarnos, de amar, de engañar, etc. Entonces la aproximación que yo tenía era esa: vamos a adaptar esta violencia que viene de los ochenta al presente, desde una plataforma diferente, adaptada a la realidad de este personaje. También es una forma de decir lo que dicen a veces en los blogs –que la literatura no vale nada y que no sirve para nada–, para que los lectores se pregunten: ¿pero si estamos leyendo un libro… y no sirve para nada? ¿Qué onda? Esto también entra en la lógica de la no salvación, pero con herramientas de un mundo moderno.
Notamos en Bioy que hay varios personajes amantes de la literatura (el cholo Gallardo, Macarra, Elsa, Marcos), pero que abandonan los libros al confrontarse a la dureza de la realidad. ¿Cómo puede sobrevivir la literatura en tiempos de violencia?
Esa es una gran pregunta porque no lo sé. La pregunta es ésta: ¿la literatura tiene una función de arma de combate contra la realidad? ¿Puede? Mi respuesta es no. No porque yo no crea en la literatura sino porque cada vez más el mercado está haciendo de la literatura de autor una herramienta de entretenimiento. Por esa razón a mí me costó mucho publicar Bioy, si no ganaba un premio probablemente no se hubiera publicado. Entonces el problema es la valorización, no la literatura. Por otra parte, la literatura también es una forma de confrontarte contigo mismo. Yo escribo con las manos, con la cabeza, con mi corazón y con el cuerpo, y eso se está perdiendo cada vez más. Y no es porque los escritores sean peores, es porque el sistema mismo está promoviendo una forma de acercarse a la literatura según la cual lo más liviano tiene un gran valor. Se domestica la literatura por vender más. Lo que ocurre es que si tú dejas que esas condiciones de trabajo te condicionen, muchas veces dices: «bueno, voy a ceder un poquito»… Yo nunca quise que eso ocurriera conmigo, por eso tengo un trabajo aparte de la literatura, Bioy me trae un poco de dinero pero es imposible vivir de eso. Entonces sugerir que «la literatura no vale nada» es una forma de cuestionar el papel de la literatura en el presente pero también de confrontarme a mí mismo.
Estás viviendo ahora en París, ¿cuál es tu relación con Francia y su tradición literaria?
Sí, mi relación con Francia es muy fraterna, muy cercana. Francia es un país que me gustó siempre, desde niño. Para mí, era como el lugar al que había que venir, muchos de los autores que me formaron, narradores y poetas, vivieron acá. Bioy tiene una influencia de autores como Céline por ejemplo, de su locura para aproximarse a la literatura. Me gusta también la oferta cultural, los festivales increíbles que hay aquí. En París es diario, inacabable, inagotable. Siempre me ha gustado esa casi interminable vorágine cultural. Evidentemente, hay cosas que no me gustan de Francia, como cualquier extranjero que vive en otro espacio, pero en general me he logrado adaptar. Aunque es curioso porque yo me fui del Perú cuando había violencia y ahora estoy en la Europa de la violencia. De eso también habla mi última novela, del olor del miedo. Es algo que yo sentí cuando ocurrieron los atentados en el Bataclan (yo estaba en París en ese momento). Tuve la sensación nítida de lo que había sido mi infancia y mi juventud, pero esta vez en otro lugar donde se suponía que todo era seguro. Parece que eso que alimenta mi escritura me persigue.
La Procesión infinita está por salir traducida al francés este año 2018…
Sí, este año, en la editorial Buchet/Castel. El primer capítulo de La Procesión infinita es más bien humorístico, un poco juvenil. Pero el tema de la violencia política se mantiene. Es la segunda parte de una trilogía que empieza con Bioy. Ahora me encargo de la postdictadura, que es una etapa en la que yo era más adulto, que yo viví conscientemente. La idea, como dije, es la de un duelo permanente, se trata de una procesión infinita que uno arrastra. Y yo arrastro al Perú, con mucha angustia y con mucha conciencia, porque por más que esté lejos siempre estoy reflexionando sobre mi país.
Notas
(1) Hija del ex-dictador Alberto Fujimori.
(2) Movimiento por la Amnistía y los Derechos fundamentales, organización que pide la liberación de varios presos senderistas y en particular de Abimael Guzmán, el fundador de Sendero Luminoso.
(3) El ex-dictador Alberto Fujimori acaba de ser indultado por el actual presidente, Pedro Pablo Kuczynski.
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Pour citer cette ressource :
Ángela Ramírez Carrillo, María Eugenia Arthuis Blanco, Entrevista a Diego Trelles Paz, La Clé des Langues [en ligne], Lyon, ENS de LYON/DGESCO (ISSN 2107-7029), avril 2018. Consulté le 27/11/2024. URL: https://cle.ens-lyon.fr/espagnol/litterature/entretiens-et-textes-inedits/entretiens/entrevista-a-diego-trelles-paz