La poesía chilena pre y post golpe militar (1970 – 1989): una valoración a treinta años plazo
Ponencia presentada en el Seminario Internacional “A treinta años de la Unidad Popular” organizado por la Universidad Diego Portales, Facultad de Humanidades. Santiago de Chile, 2003.
Cuando han transcurrido treinta años del trágico once de septiembre de 1973, parece importante referirse no sólo al marco político, económico o social anterior o posterior a esa fecha histórica. De esos aspectos ya se ha dicho mucho y, probablemente, seguirá discutiéndose más. En el ámbito de la cultura, también se ha reseñado el papel de la música, el cine, los medios de comunicación y la prensa, pero poco, o casi nada, se ha mencionado el gigantesco corpus poético escrito antes del golpe militar y que, luego de éste, dio origen a un sinfín de antologías, libros, lecturas y otras manifestaciones relacionadas con este problema (1). Si bien, Chile se ha caracterizado por una inusual y fértil producción poética, sólo se conocen las voces de aquellos gigantes de nuestra literatura que han trascendido las fronteras del país y que no tocaron, precisamente, los aspectos más dolorosos del trauma histórico de 1973. De esta manera es necesario clarificar un panorama que es parte importante de nuestro patrimonio literario y, al mismo tiempo, otorgarle el valor que éste reviste dentro de la tradición poética chilena del siglo veinte.
I. Problemas generales de esta poesía
El primer asunto que aparece al revisar el corpus de autores y obras del período es la particular ideologización de los textos. Tanto en los escritos anteriores a 1973 como, y sobre todo, a los posteriores a esa fecha, la poesía se transforma (como lo fue alguna vez en los años de la guerra civil española) en un arma ideológica y en un instrumento testimonial y comprometido. Las diferencias generacionales entre distintos autores parecieron superarse definitivamente en pos de una literatura que apuntaba directamente a la denuncia o a una mirada utópica sobre el futuro de la sociedad chilena. Es así que miembros de la generación de 1938 como Gonzalo Rojas, Humberto Díaz Casanueva o Nicanor Parra, poetas de la generación de 1957 (conocida como generación del cincuenta) como Enrique Lihn y hasta Jorge Teillier y, fundamentalmente, de la generación de 1972 (también nominada como de los años sesenta), donde sobresalen autores como Oscar Hahn, Gonzalo Millán, Floridor Pérez, Juan Luis Martínez y un largo etcétera, emprendieron un decir, desde sus distintos proyectos poéticos, desde sus diferencias de estilo, y de tono, que los reunió bajo una misma concepción de mundo que, básicamente, es posible identificar con los ideales trazados tradicionalmente por la izquierda nacional y por el gobierno de la Unidad Popular. Sobre aquellos otros que prefirieron guardar silencio o que no ejercieron una militancia literaria es casi imposible dar cuenta en este escrito dado que constituyen un segundo corpus bastante irregular y heterogéneo. Lo mismo ocurre con los opositores al proyecto de Allende, pues, hasta donde he podido investigar, no existe un discurso poético opositor claramente formulado.
Así, como fuera la afortunada poesía nerudiana de España en el corazón (y luego en la tan discutida Incitación al nixonicidio y apología de la revolución chilena) la mayoría de los escritos poéticos se caracterizan por una voz política mayor o menormente eficaz. En este sentido es importante constatar dos momentos que diferencian la poesía del período (1970 a 1989):
1. – Poesía anterior al golpe militar (1970-1973).
2. – Poesía posterior al golpe militar hasta la restauración democrática (1973-1989).
Dentro del primer momento es posible constatar un discurso ideologizado con altas dosis de compromiso político que vislumbran una literatura pletórica de ideales y enfocada hacia la denuncia de las injusticias sociales (algo que ya se había registrado en la obra de Gonzalo Rojas o Nicanor Parra, por ejemplo), pero que, al mismo tiempo, posee la fe casi absoluta en los cambios que pueden producirse a través de los esfuerzos de un gobierno popular (aquí, el último libro ya citado de Pablo Neruda, Incitación al nixonicidio, es, sin duda, la obra paradigmática y muestra, dentro del registro del autor, el camino a seguir por la pléyade de poetas más jóvenes, fundamentalmente de la generación de 1972).
El segundo momento, mucho más amplio y complejizado por la escritura de obras en el exilio y en Chile; bajo la mirada de la censura o del influjo de la autocensura; extendido a los poetas de la naciente generación del ’87 (conocida también como generación de los ochentas o “N.N.” entre otras denominaciones); editada en el extranjero o autoeditada casi clandestinamente; de autores reconocidos, jóvenes o de prisioneros políticos y/o autores anónimos; etc., puede señalarse como un período donde la escritura poética se encuentra marcada por la denuncia sobre las violaciones a los derechos humanos, la terrible realidad de la pérdida de la patria, la cárcel, las relegaciones, los desaparecidos y otras tragedias difíciles de soslayar. Se trata de una poesía de signo contrario al del momento inmediatamente anterior: si en la poesía que antecede el golpe militar la esperanza podía desterrar la pobreza, la injusticia o la interferencia de poderes extranjeros, la poesía de 1973 o posterior estará teñida por el miedo, las sombras, la muerte y una sensación permanente de desesperanza y pérdida.
Dentro de estos períodos es fundamental señalar algunas funciones que cumple esta poesía para poder dimensionar las características que reviste en los distintos autores y en su capacidad de concentrar el espíritu de años más que difíciles para la historia chilena. En esta dirección, es posible apreciar, al menos, tres inflexiones diferentes (2):
1. Función exhortativa
destinada a mantener la moral en la contienda política o en el exilio y que, atacando al bando opuesto o idealizando el propio, construye un discurso que intenta ser medianamente optimista. El ejemplo más notable es el texto de Víctor Jara (o atribuido al cantante y actor) (3), “Somos 5000” donde afirma hacia el final del poema:
Cuántos somos en toda mi Patria.
La sangre del compañero Presidente
golpea más fuerte que bombas y metrallas.
Así golpeará nuestro puño nuevamente’.
2. Función mitificadora
en la cual, junto a una fuerte dosis del imaginario del autor, se eleva a una categoría extraordinaria al personaje o personajes retratados en el poema, quienes encarnan los valores de la causa. En este acápite pueden destacarse multitud de textos en homenaje al Presidente Salvador Allende, al propio Víctor Jara o a otras figuras importantes de la cultura y del gobierno de la Unidad Popular. Dentro del incontable corpus de autores anónimos y populares (de los cuales es muy difícil develar su identidad) destacan estos versos, en un tono octosílabo folklórico, del poema “Cantando para Chile” del autor “C. S.”:
‘Y a este gran Presidente
que a Chile cubrió de gloria,
hay quien pretende ensuciar
escupiendo su memoria.
Pero el pueblo hará justicia
Y hará justicia la historia. ¡Sí!’
3. Función poética.
Aquella donde el texto poético y su valor estético, más allá de compromisos ideológicos o puntuales, se hace protagonista del discurso y donde las circunstancias históricas, aunque importantes, no son absolutamente determinantes. En esta inflexión pueden ser citados muchos textos de Alfonso Alcalde, Omar Lara, Oscar Hahn o Floridor Pérez. De este último, a propósito de los poemas escritos en cautiverio destaca “La partida inconclusa”:
NEGRAS: Floridor Pérez (Profesor rural de Mortandad)
2. P4D – P4D
3. CD3A – PxP
4. CxP – A4A
5. C3C – A3C
6. C3A – C2D
7. …
un cabo gritó su nombre desde la guardia
-¡Voy! –dijo-
pasándome el pequeño ajedrez magnético.
Como no regresara en un plazo prudente
anoté –en broma-: Abandona.
Sólo ciando el diario El Sur
la próxima semana publicó en grandes letras
la noticia de su fusilamiento
en el Estadio Regional de Concepción
comprendí toda la magnitud de su abandono.
Se había formado en las minas del carbón
pero no fue el Peón oscuro que parecía
condenado a ser, y habrá muerto
con señoríos de Rey en su enroque.
Años después le cuento esto a un poeta
Sólo dice:
-¿Y si te hubieran tocado las blancas?
II. Poesía del exilio e intraexilio
Dentro de las particularidades de la poesía de este período es fundamental establecer dos categorías centrales a la hora de realizar un balance, al menos, histórico. Esta diferenciación se basa en las convergencias y divergencias de un vasto corpus poético escrito que apunta a diversos temas y que se manifiesta en distintos registros particulares. De esta forma pueden señalarse como columnas maestras:
a. La poesía escrita en Chile, donde es posible distinguir aquellos libros de poemas o poemas inéditos de los éditos; los textos referentes al intraexilio o las llamadas “relegaciones” y los escritos bajo el imperio de la censura o de la autocensura. (Estas distinciones pueden verse en las inflexiones de tono –de denuncia, exhortativo, etc.- y en la capacidad de asumir el fenómeno de un decir abierto o hermético -problema de la censura y autocensura- entre otros).
b. La poesía escrita en el exilio, en donde habría que establecer dos momentos. Un primer momento inmediatamente posterior al año de 1973 y un segundo momento que se inicia al final de la década de los setentas y se prolonga hasta 1989 (esta distinción se basa en la idea de una poesía más comprometida, inicialmente, y una segunda línea poética donde la problemática del exilio y una nostalgia en torno a la patria, alejándose de la temática condenatoria del régimen militar, predomina sobre otras referencias).
En este acápite es importante subrayar que estas divisiones se fundan sólo en las características de los textos del período y se establecen entonces sobre la base de categorías temáticas y estilísticas. El ancho problema de la literatura del exilio (con ediciones, revistas, editoriales, antologías, etc.), debe focalizarse a la brevedad, pues esta multiplicidad de trabajos puede señalarse como una inmensa cantera donde la crítica académica ha sido escasa y donde, fundamentalmente, es preciso fijar un voluminoso número de obras y autores. Aún así, es absolutamente indispensable convocar en estas páginas el que, a mi juicio, puede considerarse como el texto poético-ideológico más importante del exilio. Me refiero al vasto e intenso poema-libro “La ciudad” de Gonzalo Millán. Publicado en Montreal, Canadá, en 1979 (y fechado su proceso de escritura entre 1973 y 1994 (4)) Millán construye en poesía lo que García Márquez, Roa Bastos, Vargas Llosa, Miguel Ángel Asturias, Alejo Carpentier y tantos otros han realizado en la novela hispanoamericana del siglo veinte: un libro, en este caso de poemas, donde el personaje del “tirano”, el dictador, es uno de los centros articuladores del discurso junto a otros arquetipos de la cultura oficial del régimen como “la beldad”, la belleza tonta del momento; todo esto enmarcado desde los trágicos minutos del comienzo del golpe militar hasta los duros años setentas y ochentas. Utilizando infinidad de recursos cinematográficos su poesía se alza como una voz neutra que narra (o filma) los acontecimientos casi sin compromiso haciendo que las cosas hablen por sí solas en una suerte de revelación de su crueldad, su absurdo o su tristeza. Uno de los textos claves de este libro lo constituye el fragmento “53” donde el hablante utiliza la “cámara en reversa” para describir los primeros momentos del 11 de septiembre:
El agua de las cascadas sube.
La gente empieza a caminar retrocediendo.
Los caballos caminan hacia atrás.
Los militares deshacen lo desfilado.
Las balas salen de las carnes.
Las balas entran en los cañones.
Los oficiales enfundan sus pistolas.
La corriente se devuelve por los cables.
(…)
Los aviones vuelan hacia atrás.
Los “rockets” suben hacia los aviones.
Allende dispara.
Las llamas se apagan.
Se saca el casco.
La Moneda se reconstituye íntegra.
Su cráneo se recompone.
Sale a un balcón.
Allende retrocede hasta Tomás Moro.
Los detenidos salen de espalda de los estadios.
11 de septiembre.
Regresan aviones con refugiados.
Chile es un país democrático.”
(…)
Muchos otros libros intentarán establecer este tono trágico y épico. El tema del mismo golpe militar será revivido y revisitado con extraordinaria frecuencia. Pocos, eso sí, con el ojo revelador de la poesía de Millán.
III. Poesía de los años ochenta y consideraciones finales
En estos años el número de autores ya señalados debe ampliarse notablemente con la aparición de la generación del “’80” u “’87”. “N. N.” o “Generación presunta” (5). En cuanto a los temas, éstos, poco a poco, habrán de ir decantándose en distintas direcciones. Si revisamos la poesía de los primeros años de la década, donde el libro Bajo Amenaza (1979) de José María Memet es, quizá, el ejemplo más notable, es posible constatar un valiente desafío al régimen con poemas tremendamente comprometidos y contestatarios, textos en los que la denuncia del exilio, de los atropellos a los derechos humanos, de la pobreza y de la injusticia son los leit-motiv centrales de todo el poemario. Así escritos como “Calle Humanidad”, descubren un tono terrible donde se metaforiza a toda la existencia humana, a todo el país, a todos nosotros involucrándonos en la realidad de esos años:
Ha caído un niño:
Fue de vejez”. (6)
Con posterioridad, autores como Memet irán separándose de esta temática tan directa para enfrentar otros asuntos más complejos y que hacen referencia a la propia poesía (una línea que he llamado “metapoética” (7)). Tal vez, conscientes del agotamiento de un género –el político- intentan explorar otros horizontes más vastos y con mayores proyecciones. Lo mismo ocurre con autores muy bisoños, para la época, como Aristóteles España, quien escribe su poemario Dawson en ese campo-isla de concentración a sus precoces diecisiete años.
El fenómeno de la postvanguardia concreta en Chile distintos movimientos y tendencias. Su efímera aparición y desaparición logra cristalizar en la voz del gran poeta Juan Luis Martínez. Miembro de la generación del 1972, Martínez publica sus grandes textos La nueva novela y La poesía chilena en los años 1977 y 1978. En ellos, poemas como “La desaparición de una familia” o menciones concretas a la muerte y a un clima negro como el de los años inmediatamente posteriores a 1973 preparan el espacio para que otra figura notable, Raúl Zurita, integrante de la generación de 1987, inicie su camino con obras conmovedoras y aglutinadoras de la conciencia chilena y latinoamericana. Libros como Purgatorio (1979), Anteparaíso (1982) y Canto a su amor desaparecido (1986) expresan el dolor personal y colectivo de un hablante que extiende su mirada adánica hacia los montes y océanos, a los desiertos y valles del territorio nacional. La poesía de Zurita, en toda su fuerza más primigenia y caudalosa estremece aún, como estremeció a una buena parte de los lectores de los ochenta, por la intensidad de sus imágenes, el hálito épico de sus esfuerzos y la capacidad de redescubrir la geografía de Chile como un espacio poetizable.
Sin la fortuna de Martínez o Zurita, muchos autores intentaron expresar sentimientos comunes y dolores similares. Como ya se ha dicho, la vastedad de poetas es tal que es imposible dar cuenta de todos sus nombres y, menos, de todas sus obras. Lo que sí cabe en estas breves páginas son algunas consideraciones finales (y provisionales) sobre esta poesía. Aunque pueda aparecer como demasiado estricto o esteticista, creo que gran parte de estas obras ha de engrosar, más que nuestra historia poética, la historia del testimonio (un género no tan desarrollado hasta esas fechas en Chile). Salvo excepciones como las citadas, la mayoría de los poemas apuntan hacia un querer decir más que a un querer decir con un decir poético. No es que rechace la fuerza expresiva de los escritos, por el contrario, ese es su mérito como testimonio, pero me parece esencial distinguir los planos entre la diversidad y el rigor estético. Lo que nadie podrá negar es que una buena parte de nuestra poesía tomó la iniciativa para exhortar, cantar o recordar los acontecimientos de la historia. Como nunca antes, sólo con la gran excepción del Canto General de Pablo Neruda, la lírica chilena salió al encuentro, con sus limitaciones y hallazgos, con su mirada honda y siempre generosa, de los hechos más concretos, las circunstancias más difíciles y las esperanzas más ciertas.
Notas
1 - Sólo me referiré a autores chilenos, pero hago constar el extraordinario número de autores extranjeros desde los españoles Alberti, Aleixandre o Bergamín hasta otros poetas de diversas nacionalidades que también deberían examinarse a la hora de constatar el corpus de obras del período.
2 - Nótese la similitud de estas funciones con aquellas que he descrito en el prólogo a mi libro España reunida. Antología poética de la guerra civil española. RIL Editores. Santiago de Chile, 1999.
3 - Texto incluido en la antología poética Chile: poesía de la resistencia y del exilio de Omar Lara y Juan Armando Epple. Editorial Ámbito Literario. Barcelona, 1978, pp. 15-16.
4 - Ediciones posteriores agregan otros textos no incluidos en la de 1979.
5 - Según la idea que se trata de una generación no muy bien definida, en palabras del poeta y académico Eduardo Llanos.
6 - Memet, José María. Bajo Amenaza. Editorial Aconcagua. Santiago, 1979, p. 49.
7 - Vid. Morales, Andrés. La poesía de los ochenta: valoración de fin de siglo. En “Aérea” N. 3. Santiago de Chile- Buenos Aires, 2000.
Pour citer cette ressource :
Andrés Morales, La poesía chilena pre y post golpe militar (1970 – 1989): una valoración a treinta años plazo, La Clé des Langues [en ligne], Lyon, ENS de LYON/DGESCO (ISSN 2107-7029), octobre 2012. Consulté le 21/11/2024. URL: https://cle.ens-lyon.fr/espagnol/litterature/litterature-latino-americaine/poesie/la-poesia-chilena-pre-y-post-golpe-militar-1970-1989-una-valoracion-a-treinta-anos-plazo