La figura de la Malinche
Introducción
La Malinche, conocida también como Malinali, Malintzin o doña Marina, es una figura central de la conquista de México. Considerada por muchos como la madre del país por el vínculo que creó entre españoles e indígenas, otros la designan como «la traidora». Como explica Cristina González-Hernández en su libro Doña Marina (La Malinche) y la formación de la identidad mexicana: «se trata de un ser que se ha instalado en la memoria colectiva como un símbolo maldito y ambivalente: es el arquetipo de la traición a la patria y al mismo tiempo la madre simbólica de los mexicanos, el paradigma del mestizaje». Veremos que esta ambigüedad procede de las diferentes interpretaciones que se hizo de este personaje a lo largo de la historia y en función de la idea de identidad mexicana que se tenía en aquellos distintos momentos.
Historia: la conquista de México y el papel de la Malinche
Malinali nace alrededor del año 1500, en la ciudad de Painala —poblado azteca de habla náhuatl en la zona actual de Chiapas y colindando con la región maya— donde su padre era cacique (gobernante de una comunidad). Pero cuando ése fallece, su madre se vuelve a casar y vende la joven Malinali a unos mercaderes.
El destino de la esclava toma un camino nuevo cuando, en 1519, tras la derrota indígena de la Batalla de Centla (en el actual Estado de Tabasco) unos comerciantes mayas la regalan junto a diecinueve otras mujeres a Hernán Cortés. Los conquistadores de Cortés solían viajar acompañados de mujeres destinadas a cumplir tareas domésticas y que podían llegar a ser potenciales concubinas. Malinali es, entonces, bautizada (etapa indispensable, por ley castellana, para poder tener relaciones de concubinato con los conquistadores) y recibe el nombre de Marina, probablemente por la proximidad fonética con su nombre de origen. En un primer tiempo, Cortés regala la joven india a Alonso Hernández Portocarrero, uno de sus soldados y lejano pariente.
El valor de doña Marina se revela cuando los conquistadores llegan al pueblo de San Juan de Ulúa y se encuentran con unos embajadores de Moctezuma, el emperador azteca. Cortés estaba acompañado de Jerónimo de Aguilar, un fraile español que había naufragado en 1511 y había vivido algunos años en Yucatán, por lo cual podía comunicarse en maya y sirvió de intérprete a Cortés en la primera etapa de su viaje. Sin embargo, no conocía el náhuatl, la lengua de los mexicas (los aztecas viviendo en la ciudad de México-Tenochtitlán). Descubren, entonces, el bilingüismo de doña Marina, que había crecido en una zona fronteriza entre el mundo náhuatl y maya. A partir de allí, Cortés le va a otorgar un papel decisivo para la conquista: se vuelve la intérprete oficial del conquistador. Cortés se comunica en español con Aguilar que lo traduce al maya para que a su vez doña Marina pueda repetir las palabras de Cortés al náhuatl. Asimismo, el conquistador español le promete su libertad y la convierte en su concubina, la embaraza y manda de regreso a España a Portocarrero.
En Cholula, gracias a su conocimiento de varias lenguas indígenas, la intérprete de Cortés logra salvar a los españoles de una muerte eminente al informarlos de un complot de los indios, que una mujer del lugar le había revelado. Participó igualmente en las discusiones entre Cortés y Moctezuma, en Tenochtitlán. Sobre todo, la Malinche dio las claves a Cortés para entender el sistema del imperio azteca, cuya economía dependía de un sistema de tributos —que consistía en capturar hombres para ofrecerlos en sacrificio a los dioses— lo que proporcionó numerosos rivales y enemigos a Tenochtitlán. Es de entender que el imperio azteca no era una zona unificada, sino que se dividía en varios subreinos, todos sometidos a México-Tenochtitlán. La Malintzin, que procedía de uno de esos pueblos sometidos y resignados a ofrecer regularmente tributos a la capital azteca, ayuda a Cortés para organizar una rebelión indígena, lo que facilitará de mucho el trabajo de los españoles.
Una vez conseguida la conquista de la ciudad y tras un viaje al actual Honduras, Cortés otorga finalmente su libertad a doña Marina, arreglando un matrimonio con otro conquistador e hidalgo, Juan Jaramillo. De esta boda nace una niña bautizada María.
Numerosas son las fuentes que mencionan la Malinche en sus testimonios de la conquista de México. Su importancia es innegable y hay algunos que hasta señalan que los indígenas solían designar a Cortés como el «capitán Malinch», tanta la presencia de aquella a su lado era constante.
Evolución de la figura de la Malinche a través del tiempo
De la conquista hasta finales del siglo XIX
Desde sus primeras apariciones en los testimonios de la conquista, la imagen de la Malinche ha sido ambivalente. Contrariamente a lo que se podría imaginar, Cortés menciona muy poco a Marina en sus Cartas de relación. Por lo contrario, Bernal Díaz de Castillo va hasta dedicarle un capítulo entero en su Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España. Su admiración por la joven indígena es notable. Efectivamente, evoca la belleza de la Malintzin y subraya su origen noble, refiriéndose a ella siempre como “doña Marina”. Además, a través de su relato podemos intuir que la Malinche no se contentaba con traducir las palabras de sus dueños, sino que era verdadera secretaria y delegada de Cortés. En su testimonio, Marina ocupa un lugar protagónico dentro de la conquista, participando incluso a la estrategia de conquista. Esta visión contradice el biógrafo de Cortés, Francisco López de Gómara, que insiste sobre el origen indígena y el estatuto de mujer de Marina, reduciéndola a su posición de concubina e intérprete. Durante varios siglos, este testimonio junto al de Cortés formarán el paradigma de la historia de la Malinche.
De la misma forma, las primeras representaciones plásticas de la Malinche, que se encuentran en los códices destinados a inmortalizar las circunstancias de la conquista, ya ponen de manifiesto una percepción ambigua del personaje. Uno de los primeros es el Lienzo de Tlaxcala, que data del año 1550 e ilustra la conquista a través de ochenta y seis escenas (dentro de las cuales la Malinche aparece veintidós veces). Representada siempre al lado de Cortés como protagonista de todos los encuentros entre las dos culturas, se puede notar su estatuto de esclava (casi siempre está de pie al lado del amo sentado) y su función de intérprete (por las posiciones de las manos en movimiento y la boca abierta que sugieren una función de traductora). Sin embargo, ya se manifiesta la figura de la traidora cuando Malintzin aparece como guerrera combatiendo del lado español en la escena de la conquista de Tepoztlan.
Luego, con las representaciones románticas del siglo XIX, se va transformando la imagen de doña Marina. Lo demuestra con mucha claridad la litografía Cortés y la Malinche, en la cual ésa pierde sus características indígenas a favor de unos rasgos y vestimenta exótica, ya no es una traidora sino una mujer enamorada. Este cuadro idílico ofrece una visión edulcorada de la historia, quitándole a la Malinche todas sus características anteriores (intérprete, traidora, madre) a favor de un papel de princesa que por matrimonio reúne dos pueblos.
Época nacionalista
A finales del siglo XIX y principios del XX, en México crece una necesidad de definir la identidad mexicana, negando muchas veces el periodo colonial del país y glorificando el pasado precolombino. Esta tendencia provoca un interés renovado hacia los actores de la conquista y la aliada de Cortés se mitifica naturalmente para convertirse en chivo expiatorio.
En 1950, Octavio Paz le dedica un capítulo entero en su famoso Laberinto de la soledad: «Los hijos de la chingada». Paz asimila la Malinche a la Chingada (personaje imaginario que fue violentado psicológica, física y sexualmente), intuyendo que son la misma. La Malinche sería la madre del México mestizo, pero una madre pasiva que se dejó violar. Octavio Paz la considera como la Eva mexicana : la que pecó y provocó la desgracia de un pueblo.
Paralelamente se va desarrollando en México el concepto de «malinchismo». Esta expresión denuncia cualquier actitud «extranjerizante», en particular respecto al imperio norteamericano. Con la aparición de este término de connotación extremamente negativa, la Malinche se establece una vez más como figura de la traición en México.
En cuanto a representaciones plásticas de dicha época, las dos obras más importantes sobre la joven india retoman la tradición precolombina del mural, con el fin de restablecer la historia y la identidad mexicana. El primero y más famoso es el mural de Diego Rivera que se encuentra en el Palacio Nacional de la ciudad de México. A diferencia de las representaciones tradicionales, la Malintzin se encuentra sola, sin su amo, en el gran mercado de México-Tenochtitlán. Su figura resalta por el contraste de color entre la piel roja de los indios que la rodean y la suya, más clara, que recuerda su fidelidad a los españoles. La mujer luce un atuendo blanco y un peinado de lirios, lo cual denota cierta nobleza, aparece como una mujer hermosa con piernas tatuadas y boca roja, pero acercándose uno se da cuenta de que entre sus labios se destacan unos dientes afilados y rojos de sangre. Nos topamos una vez más con una representación de la Malinche devoradora de su propio pueblo. Es de notar que en la obra de Rivera el pasado precolombino suele ser ensalzado y la colonia despreciada, como respuesta al periodo posindependiente en el cual todavía se negaba la herencia indígena, considerada salvaje. Cortés y la Malinche, se convierten para Rivera en las causas de la « caída del paraíso indígena ». Sin embargo, el mismo muralista tiene una visión ambigua de Malinali, como se puede observar en su Epopeya del pueblo mexicano, otro cuadro del Palacio Nacional, en el cual aparece como la madre del pueblo, protegiendo a su hijo, el primer mexicano.
A diferencia, el Mural de Tlaxcala, pintado por Desiderio H. Xochitiotzin en 1968, da una visión muy distinta de la mujer. Aparece la Malinche entre Cortés y Xicontencalt (gobernador de Tlaxcala), de frente, mirando al espectador. Su figura es la de una mujer indígena, digna y neutra. No aparece como seductora y su boca cerrada no indica ningún signo de palabras: sólo su posición central supone un papel de mediadora. En dicha obra, la representación de Marina ya ha cambiado: no es la traidora, la seductora, la avara, sino un testigo de la historia. Sin embargo, es de notar que la obra fue realizada por un nativo de Tlaxcala, pueblo considerado como traidor del imperio azteca por la alianza que hicieron con los españoles al momento de la conquista. Eso puede explicar este punto de vista que contrasta con la tendencia de aquella época.
Época contemporánea
A finales del siglo XX y principios del XXI, con la migración masiva hacia el norte y el auge del concepto de «malinchismo», las mujeres chicanas, que huyeron del país por razones socio-económicas y se ven rechazadas de ambos lados de la frontera, empiezan a identificarse con la Malinche. Así empieza un fenómeno de revalorización del personaje que se puede verificar a través de varias obras, como las de Elena Garro o Carlos Fuentes.
Carlos Fuentes es el primero en revisitar la figura de la Malinche, en 1970, con su obra Todos los gatos son pardos. El autor vuelve a poner la conquista dentro de un contexto muchas veces callado: el de un imperio azteca autoritario dirigido por un emperador indeciso frente a un hidalgo que no tiene nada que perder. Atrapada entre dos mundos tan violentos el uno como el otro, Malinali aparece como testigo de la historia, ayudando a los españoles por amor hacia Cortés y por odio hacia el imperio tributario, dándose cuenta hasta el final de las consecuencias definitivas de la conquista.
Elena Garro continúa la tarea de Fuentes reescribiendo la historia de la Malinche en su obra La culpa es de los tlaxcaltecas (1964). En este cuento da voz a Malinali que tiene por fin la oportunidad de contar su versión de la historia y que —a diferencia de lo que ocurrió en realidad— puede decidir de su destino. Con esta obra Garro quiere recordar su estatuto de esclava y denunciar el machismo que se esconde detrás del odio hacia este personaje.
Finalmente, en el 2005 Laura Esquivel publica La Malinche, novela en la cual reescribe la vida de esta mujer, dejando de lado el chivo expiatorio o la heroína, para ofrecer la historia de una mujer. Desde su nacimiento, pasando por el abandono de su familia y su vida de esclava, Laura Esquivel pinta a una Malinali que sólo quería un mundo mejor para su pueblo, un mundo de paz en el que sus hijos no pudieran ser sacrificados, a una mujer que creyó en el regreso de Quetzalcóatl y luego, aunque desilusionada, creyó en las promesas de Cortés. Como lo hizo Elena Garro, Esquivel relativiza el papel que tomó en la caída de Tenochtitlan recordando el pacto de los Tlaxcaltecas con Cortés y la debilidad de Moctezuma. Al final de la novela Marina sólo es una madre que busca el bienestar de sus hijos y tranquilidad, lejos del conquistador quien la había violado y humillado tantas veces.
Conclusión
Es de notar que esa evolución de la figura de la Malinche en la literatura es la prueba de la misma evolución dentro de la sociedad. Efectivamente es muy interesante ver cómo este personaje está ligado a la identidad mexicana: cuando el pueblo deja de mitificar su pasado precolombino o rechazar su herencia española para abrazar su doble legado, la imagen de la Malintzin puede reinterpretarse de forma más objetiva y adoptar una nueva carga simbólica. Hoy en día la Malinche representa sobretodo la raza mexicana ((En México, como en muchos países de América Latina, el término « raza » remite al pueblo mestizo (heredero tanto de la cultura precolombina como española). Es un concepto identitario fuerte, utilizado por teóricos de mayor importancia (Fuentes, Paz entre otros). A diferencia de Europa, este término no es ni polémico ni negativo, sino que es un elemento de unión entre todos los latinoamericanos.)), un pueblo mestizo, fruto histórico del encuentro de dos pueblos: el indígena y el español.
Finalmente, la ambigüedad acerca de la Malinche es también geográfica. En Europa recordamos a la Malinche como traductora de mayor importancia que permitió la comunicación entre dos pueblos totalmente ajenos y la unión de esos. En Estados Unidos, las feministas chicanas ponen de relieve su valor histórico: en un mundo en el que la mujer no tenía derecho a hablar en público Marina se impuso como verdadera actriz política.
Definitivamente la Malinche es un personaje ambiguo que no deja de cuestionar y es de imaginar que su figura seguirá transformándose a medida que cambien los rasgos de los que se identifican a ella.
Nota
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Pour citer cette ressource :
Olivia Sébart, La figura de la Malinche, La Clé des Langues [en ligne], Lyon, ENS de LYON/DGESCO (ISSN 2107-7029), juin 2016. Consulté le 21/11/2024. URL: https://cle.ens-lyon.fr/espagnol/civilisation/histoire-latino-americaine/mexique/la-figura-de-la-malinche