Entrevista con Liliana Merizalde
Artista feminista, joven y prolífica, Liliana Merizalde articula con pasión su obra fotográfica en torno a cuestiones de identidad, de memoria y del vínculo entre el ser humano y la tierra, sin jamás perder de vista su tema de predilección: la representación de la mujer y las feminidades. Autora no solo de numerosas series de carácter muy personal – como el proyecto Dislocaciones interiores que materializa la trayectoria vital de mujeres indígenas gracias al elemento natural que prorroga el retrato – ha trabajado también con varias ONG en el marco de comisiones. Esas le permitieron desarrollar una reflexión rica y amplia con respecto a diferentes temas sociales, pero siempre aportando la sensibilidad y profunda empatía de su estilo.
La firma, en el 2016, de los acuerdos de paz bilaterales FARC-Gobierno, constituye para la fotógrafa una nueva fuente de inspiración, para poder profundizar problemáticas que se encontraban ya presentes, en filigrana, en sus precedentes trabajos. El 24 de noviembre de 2014, sale con su cámara a capturar las marchas populares que tienen lugar en la plaza Simón Bolívar de Bogotá, durante el concierto para la paz. Enseguida construye la serie Concierto de las FARC, que transmite la espontaneidad del momento pero también la importante mudanza social que representa.
Durante el mismo año, ella se hace parte del proyecto Victus, un laboratorio de reconciliación con la meta de liberar la palabra, plantear los fundamentos de la memoria y deconstruir los estereotipos. En este proceso de creación multi-artística, se ponen en presencia tanto guerrilleros como víctimas, paramilitares y militares. La fotógrafa, a la vez testigo y actriz de este trabajo humano que aspira a la pacificación y a la reintegración social, documenta las ocho semanas de creatividad que mezclan baile, teatro, improvisación, escritura, testimonio… De esa colaboración nace la serie fotográfica Victus, y dos películas documentales. Tres retratos en tríptico, titulado La Luz y realizados en ese momento, constituyen su participación en la convocatoria “Reflexiones sobre la Paz”, de la plataforma digital especializada Fotomeraki.
En paralelo, está comisionada por la ONG Netherlands Cadaster, que propone, en asociación con el gobierno de Colombia, una ayuda en la redefinición y la redistribución de los territorios rurales, gracias a un trabajo en contacto directo con las poblaciones de regiones marcadas por el conflicto y sus desigualdades sociales. Realiza la serie Land in Peace, que pone caras al proyecto de reapropiación de tierras, el aprendizaje de técnicas, y permite venir a conocer los individuos beneficiarios. De ahí resultan fotografías humanistas y llenas de esperanza, que expresan el orgullo de lo conseguido y se inscriben en el marco de la promoción de acciones éticas, para el cumplimiento de la ley de Reconocimiento y Reparación de víctimas.
En esta entrevista realizada en 2019, vuelve sobre la importancia ideológica, artística y personal de estos tres proyectos, que tienen como punto común una mirada honesta y optimista sobre el proceso de paz colombiano.
Usted ha participado en varios proyectos comisionados que tienen como punto común el tema explícito de la paz y de la reconciliación nacional. Desde un punto de vista tanto personal como profesional, ¿por qué ha considerado importante dedicarse a trabajos como Victus, Land in Peace o la convocación sobre la paz de la plataforma Fotomeraki?
Me parece sumamente importante involucrarme en proyectos que aborden el tema de la paz y la reconciliación. Creo que el arte en general es una herramienta muy poderosa para hacer cambios de conciencia en la sociedad, y los procesos políticos (sobre todo los que son tan complicados y extensos como un acuerdo de paz) necesitan apoyarse en procesos artísticos para lograr su cometido. Por eso creo que mi labor como fotógrafa y artista visual es participar activamente en la medida de lo posible en estos procesos y crear también ejercicios de consciencia de paz y reconciliación mediante las herramientas que me da mi oficio.
Victus y Land in Peace son dos proyectos que no fueron generados por mí, en los dos fui invitada y contratada para formar parte del proceso y documentarlo. Me siento profundamente agradecida con estos dos proyectos porque me dieron la posibilidad de conocer, desde el arte, otros lados de la reconciliación que no son tan fáciles de conocer sin la unión de muchas fuerzas distintas. Es decir, los dos son procesos que requirieron fondos y trabajo de diferentes ONG y entidades del gobierno: como la Unidad para la Atención y Reparación Integral a las Víctimas y el Ejército Nacional, entre otras, (en el caso de Victus) y patrocinio de otros gobiernos: el de Holanda (en el caso de Land in Peace). Fueron proyectos de gran envergadura, con mayor alcance del que yo hubiera tenido individualmente y el hecho de que sean generados por esta clase de entidades, habla de un momento histórico para el país, y de cómo a veces aunque los acuerdos de paz también sean burocráticos y se compongan de muchos protocolos, hay una serie de medidas que empiezan a actuar en paralelo apenas se activa un acuerdo de paz.
Cuando hablo de Victus me gusta a veces citar a Boris Cyrulnik cuando compara el debate democrático con la obra de arte, y lo plantea como una solución. Todo esto relacionado con el signo y el lenguaje. En ese sentido la palabra es el medio a través del cual nos representamos, y tiene poder tanto en lo político o lo democrático como en el arte, que en mi opinión tiene un accionar a veces más sutil pero más profundo. Para mí Victus fue eso: ponerle palabras, historias y representaciones al conflicto para llegar a una reconciliación. Si no se habla de lo que se duele, y no se pone en diálogo horizontal con el que representa al propio victimario, si no se trata de comprender que todos somos el producto de las condiciones sociales y culturales que se nos han proporcionado, nunca va a existir una reconciliación real. Y en Victus esos diálogos se dieron a través de la palabra misma, pero también a través de las meditaciones, de las danzas, de los rituales, del teatro, de las cartografías, de las líneas de tiempo, de tejer las historias personales con las historias del país (más allá de la historia oficial) y de los montones de conflictos que componen el gran “conflicto”. Fue todo sobre el lenguaje, desde Victus entendí que la paz se hace con el lenguaje. Y fue una observación profunda sobre la condición humana que a mí inevitablemente me llevó hacia mi propio interior, a continuar con el trabajo de integrar mis propias luces y sombras que son también una analogía del mundo.
Por otro lado, la enseñanza que me dejó Land in Peace en principio se podría plantear como más pragmática. Pues el proyecto a grandes rasgos consistía en brindarles herramientas a los campesinos que habitan lugares que en algún momento fueron considerados “zona roja” para que pudieran medir sus tierras de manera personal y práctica, y de esta manera facilitar la obtención de una escritura de su terreno. Esto fue fundamental para conocer otro lado del “postacuerdo” pues el conflicto colombiano es en su base un conflicto de tierras. Pero la enseñanza que me dejó este proyecto va más allá de lo pragmático, pues como siempre viajar por la “Colombia real” rural y desarticulada del centro es una experiencia muy profunda. Entrar a las casas de los campesinos, conocer a sus familias, ponerle cara a las historias, entender la importancia de humanizar la guerra y la paz… todo eso es importantísimo en los procesos de reconciliación, la empatía real con personas reales, romper esa alienación que a veces causan las noticias. Para mí es como un proceso espiritual.
Entiendo que nombres estos proyectos porque sí son proyectos que tratan específicamente del tema de la paz, pero creo que el proyecto que detonó en mí la importancia de trabajar los temas de paz, a nivel personal y profesional fue Dislocaciones Interiores (Inner Disruptions), un proyecto que realicé en 2015 en la selva del Vaupés con mujeres pertenecientes a diferentes comunidades indígenas. Lo nombro, porque el proyecto partía de las historias de cada una de estas mujeres, y la idea era representar sus cuerpos del dolor o de la fuerza, darles una forma física a lo que ellas habían vivido mediante prótesis artísticas orgánicas. Y dialogando con ellas, pude tener una noción real de cómo y cuánto las había afectado la guerra, porque como explicaba antes, conociendo las historias particulares uno puede tener más empatía con el dolor, mucho más que con las cifras. Las historias de ellas no están relacionadas solamente con el conflicto armado o con grupos al margen de la ley, algunas sí, pero las que no, de todas maneras son un reflejo de un país con muchas carencias, con carencia de presencia del estado en demasiadas zonas, con carencia de un sistema de salud asequible para todos, etc. Y eso también es una guerra y alimenta muchísimos conflictos complejos.
En la serie Land in Peace, usted ha visitado la municipalidad de Vista hermosa, en la región de Meta. ¿Qué representación de aquel lugar tenía antes de ir? ¿En qué medida el hecho de fotografiar cambió la imagen mental que se había proyectado, y en qué medida esa misma imagen influyó en la realización de su trabajo?
Creo que te respondí un poquito a esta pregunta en la respuesta anterior. En general no tenía una imagen precisa de Vista Hermosa, es decir, conocía el papel como escenario que había tenido en el conflicto armado con las FARC, pero siempre trato conscientemente de no dejar que el conflicto de mi país defina los lugares y personas. Pero esto lo he reflexionado gracias a otros trabajos que me han llevado a conocer el país en sus lugares más recónditos y afectados no solo por el conflicto sino por muchos otros problemas (entre estos lugares están: Tumaco en Nariño, Puerto Asís en Putumayo, Arauca en el departamento del mismo nombre, y Corinto en Cauca, entre otros) y a ver la complejidad de las situaciones. También Victus ha tenido un gran papel en este proceso. Lo que más cambia en mi cabeza cuando visito un nuevo lugar, es que les pongo cara a las personas y me enamoro de la humanidad de todos nosotros, genero mayor empatía con su gente y le abro un lugar en el corazón. En los retratos que hice para Land in Peace, creo que es evidente eso, que intimo con la gente (en la medida de lo posible y a pesar del poco tiempo en el que se realizan este tipo de viajes laborales) para atravesar la superficie.
Tales como las presenta en su sitio, las fotografías no están acompañadas de ninguna leyenda explicativa, están sin comentarios. Me parece que eso contribuye a alejarlas de cierto estilo documental, y que su serie no se puede resumir a un reportaje fotográfico. ¿Ha querido rechazar el estilo foto-periodístico?
Pues la verdad, como Victus y Land in Peace, fueron trabajos de comisión, realmente no pensé en esto. En ambos puse un párrafo introductorio donde describo el proyecto y mi propia experiencia. En los dos las historias son muy importantes pero las he comunicado a través de otros medios. Por ejemplo en la publicación de Fotomeraki, compartí un poco sobre la experiencia de Victus, y en el documental (en video) que hice de Victus (que no está público todavía) se profundiza más en las historias de cada uno de los participantes.
Sin embargo en Dislocaciones Interiores, que como te contaba es un proyecto personal, sí trato de rechazar un poco el fotoperiodismo, mas no las historias escritas. Yo creo que hay una diferencia entre el fotoperiodismo y la fotografía documental, esta última es menos inmediatista y no busca necesariamente la “neutralidad” (que además no existe), sino un punto de vista crítico. Para mí es supremamente importante complementar las imágenes con el soporte escrito, y por eso en este proyecto están expuestas todas las historias de cada una de las mujeres, pero no lo hago a manera periodística, sino que trato que sea más documental, que tenga un poco más profundidad. La sola metodología que utilicé para la creación de las imágenes también plantea esto, porque todas las fotografías de este proyecto son de cierta manera puestas en escena, no son fotografías de registro de ninguna situación. Sin embargo, la puesta en escena se realizó a partir de las historias reales de cada una de ellas, y las prótesis se construyeron a partir de sus dolores y sus fortalezas, buscando crear manifestaciones materiales de sus cuerpos interiores. Es como documental a través de mise en scène.
Victus es un proyecto multiartístico en donde el arte es a la vez una herramienta de la reconciliación, de la catarsis y de la reintegración. Su papel, como fotógrafa, ha sido el de una testigo, pero también de vocera del trabajo de esas personas. ¿Piensa usted que gracias a la fotografía ha conseguido a su vez, como gracias al baile y al teatro, “quitar las etiquetas”?
Gracias por esta pregunta. Creo que intuitivamente el hecho de no poner las leyendas en las fotografías tiene que ver con esto. Como te decía antes, no lo había pensado aún, pero fue algo que pasó inconscientemente. En Victus no solo fui una testigo sino una participante. De hecho Alejandra Borrero, directora del proyecto, ponía a todos (incluyendo a la persona de luces, a la asistente de dirección, a los asesores pedagógicos, a Sebastián mi compañero en la documentación y a mí) a hacer todos los ejercicios, y yo me turnaba la cámara con esta tarea. Eso fue lo que permitió que mi relación con todos los participantes fuera muy intensa y que acabáramos siendo amigos y sintiéndonos todos como una familia. Cuando los participantes se paraban a contar su historia, nosotros teníamos que contar la nuestra también. Esto no siempre se pudo realizar por falta de tiempo pero sí se hizo varias veces y esa siempre fue la intención, la sensación de que todos éramos lo mismo y teníamos la misma importancia y participación, como si algunos hubiéramos vivido el conflicto del otro lado del televisor. Y esto necesariamente quitó las etiquetas de mi cabeza (pues yo también las tenía), por eso desaparecieron de las fotos.
Parece que sus fotografías del concierto para la paz en la plaza Bolívar parten del sentimiento de estar viviendo un momento histórico. Según usted piensa, en estos momentos de grandes cambios, ¿cuál es el papel específico de la fotografía? ¿Qué es capaz de aportar al discurso sobre la paz, al discurso por la paz?
Sí en ese momento tenía la sensación de estar viviendo un gran cambio, que la guerrilla más antigua de mi país se estuviera dejando las armas, y que el acuerdo de paz hubiera sido real, y que las FARC transitaran a partido político era algo que antes parecía inimaginable, tantos gobiernos lo habían intentado tantas veces y no se había logrado. Los cambios se vieron tangiblemente, las cifras de muertes, secuestros, extorsiones bajaron. Claro, también surgieron otros problemas en los territorios. Pero ahora esta sensación ha cambiado radicalmente porque el actual gobierno, en mi opinión, está desarmando el acuerdo de paz, y bueno, todo se está complicando.
Creo que el papel de la fotografía como el del arte en realidad no es solo uno, son tan infinitos como la misma creatividad. Pero sí creo que definitivamente es fundamental su presencia. Por un lado es importante la fotografía como documento, pero como te respondía en otras preguntas, hay diferentes niveles de profundidad en este documento y creo que es relevante que la fotografía transite todos esos pasos. Las fotos del concierto de Las FARC son una primera aproximación formal y superficial (que también es necesaria a veces), de un proceso histórico. Pero creo que lo que hay que documentar es más amplio. Por ejemplo: ¿Cómo acogió la sociedad a los excombatientes? ¿Cómo se nos preparó a la sociedad para hacer ese tránsito? ¿Se nos preparó? ¿Cómo ha sido el acompañamiento psicológico de los reintegrados? Y ahora, ¿Cómo están viviendo los reintegrados todo lo que está pasando con la JEP? ¿Se sentirán engañados? ¿Preocupados? Creo que hay muchos espacios en los que la fotografía puede y de cierta manera debe entrar. Y creo que uno de esos papeles de la fotografía es incomodar también, cuestionar, no solo registrar sino hacer preguntas. El arte nunca llega a respuestas pero hace muchas preguntas y en esas preguntas están contenidas las respuestas.
También son válidas otras aproximaciones más artísticas. Creo que uno como fotógrafo también va encontrando el lugar desde donde debe hablar con las imágenes o desde donde siente que debe aportar. Hay algunos que son muy buenos en el fotoperiodismo más inmediato, yo me siento más a gusto con los procesos largos. Por ejemplo en los últimos años he estado haciendo un trabajo llamado Anfibios en el que documento un proceso de resiliencia de un pueblo de pescadores en el complejo lagunar de la Ciénaga Grande de Santa Marta. El trabajo es una búsqueda de la relación entre el cuerpo y el espacio encaminado hacia la comprensión de la historia, del día a día y de la idiosincrasia de los habitantes de este lugar. En este pueblo sin tierra, las raíces se encuentran clavadas en lo profundo del océano. Víctimas de una masacre paramilitar en el 2000, los habitantes huyeron de su lugar de origen para salvar su vida. Poco a poco fueron regresando a su “tierra” y reapropiándose del lugar. Me interesa mucho la acción de volver y en primera instancia la acción de irse convirtiendo su cuerpo en su verdadero hogar-caparazón. Transitoriamente convertidos por la violencia en nómadas por obligación, como tantos colombianos. No ha sido fácil realizar este trabajo, en ocasiones no sé a dónde me va a llevar, pero a veces creo que disfruto hacerlo sin saberlo, en el camino hay muchas revelaciones.
Como fotógrafa interesada por las representaciones de la mujer, ¿qué le parecen proyectos fotográficos como el de la foto-periodista Catalina Martin-Chico, Colombia, (Re)birth, que retrata a ex miembros de las FARC ahora madres?
De nuevo muchas gracias porque no conocía este proyecto. Me pareció muy poderoso. Siento que la fotógrafa tiene una mirada muy intuitiva y respetuosa. Creo que es uno de esos proyectos que van más allá de lo inmediato y que logran cambios profundos. Ver estas fotografías es sentir empatía, acercarnos a estas mujeres que cierta parte de la sociedad vio en algún momento como demonios, y entender que ahora pueden ser madres como cualquiera de nosotras, que pueden tener esperanza al igual que nosotras. Ver escenas familiarmente cotidianas, así estén enmarcadas en espacios con infraestructura de campamento de guerra es absolutamente impactante, demasiado necesario para narrar ese momento del país. Me pregunto qué sentirán estas mujeres ahora, ¿será que todavía tienen la misma esperanza?
Febrero de 2019
Pour citer cette ressource :
Liliana Merizalde, Camille Lecuyer, Entrevista con Liliana Merizalde, La Clé des Langues [en ligne], Lyon, ENS de LYON/DGESCO (ISSN 2107-7029), octobre 2019. Consulté le 27/11/2024. URL: https://cle.ens-lyon.fr/espagnol/arts/arts-visuels/photographie/entrevista-con-liliana-merizalde