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La Transición democrática: ¿una historia de mujeres?

Par Victoria Garrido y Saez : Agrégée d'espagnol, docteure - Université de Bourgogne
Publié par Elodie Pietriga le 12/02/2025

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El presente artículo se interesa por las mujeres durante la Transición democrática española. Empieza comentando las evoluciones sociales del tardofranquismo que permitieron que se desarrollara el feminismo de segunda ola en cuanto murió el dictador. Precisa el papel de las militantes en las victorias legales –despenalización del adulterio y de los anticonceptivos, legalización del divorcio y debate público sobre el aborto– pero también recalca sus desencuentros y frustraciones. Trata también de los nuevos modelos sociales que se propusieron a las ciudadanas para definirse, así como de su integración en la vida política del país. Finalmente, el artículo termina explicando por qué la historiografía tardó en destacar el papel que desempeñaron las españolas durante este periodo.

Proclamación y toma de posesión del Príncipe Juan Carlos como Rey de España durante una sesión extraordinaria de las Cortes, el 22 de noviembre de 1975 Wikipedia, licencia CCO

Proclamación y toma de posesión del Príncipe Juan Carlos como Rey de España durante una sesión extraordinaria de las Cortes, el 22 de noviembre de 1975
Wikipedia, licencia CCO 1. 0 universal

Introducción

A pesar de cumplir los cincuenta, la Transición democrática española (1975-1982) ((Existen otros límites cronológicos para definir la Transición. Elegiremos el periodo que se extiende de la muerte de Franco hasta la victoria del PSOE en las elecciones generales de 1982.)) sigue ocupando un espacio en los debates políticos nacionales y generando estudios históricos cuyos enfoques se han ido adaptando a las corrientes historiográficas de cada época.

A partir de los años 2000, las investigaciones empezaron a centrarse en el papel de las mujeres en este periodo. Se publicaron varios estudios relacionados con su actuación en las Cortes o en los medios de comunicación y estudios que recalcaban su influencia en la despenalización del aborto y la aprobación de un divorcio de corte sociodemocrático ((No lucharon para que se autorizara, pues todos convenían en que era necesario, sino que apoyaron al proyecto sociodemocrático frente al democristiano. El primero consideraba que el matrimonio civil solo era un contrato, con lo cual se podía romper legalmente, sin complicaciones. Al contrario, para los democristianos, el matrimonio civil era un compromiso moral, que solo se debía romper en último recurso, tras varios años de costosos trámites en los que primero se intentaba resolver los problemas de la pareja y luego, en caso de fracasar los intentos, se debía determinar cuál de los dos esposos era culpable.)). Esta serie de publicaciones dio un repunte a partir de los años 2010, con el auge del feminismo occidental de tercera ola ((Por ejemplo, estudios de Anna Caballé o de Pilar Folguera.)).

Sin embargo, pese al interés que despierta hoy dicha línea de investigación, algunos especialistas afirman que las mujeres siguen brillando por su ausencia en el relato de la Transición. Según historiadoras como Mónica Threlfall, “no salieron en la foto” (2009, 35).

Ahora bien, no se puede suscribir o rechazar tal afirmación sin plantearse una pregunta previa. En un país que contaba entonces a dieciocho millones de españolas, ¿de qué mujeres estamos hablando? De hecho, poco tenían en común la estudiante informada y acomodada que leía a Betty Friedman, la cristiana sincera que temía no reconocerse en los valores de la “nueva” España o incluso la madre de familia quien se preocupaba más del precio del carro de la compra que de los discursos políticos. Hablar de las mujeres durante la Transición significa pues fijarse en una pluralidad de personas con distintas condiciones, experiencias vitales y esperanzas para el futuro.

El presente artículo se interesará por todas aquellas españolas y, apoyándose en la prensa ((En un estudio de la totalidad de lo que las publicaron El País y La Vanguardia durante los gobiernos de UCD y de la lectura no exhaustiva de otros diarios como ABC o Triunfo desde el tardofranquismo hasta la llegada del PSOE al poder, en 1982.)), los textos jurídicos y los trabajos sociológicos de la época, así como en varios estudios históricos de los años 2000 hasta 2020, contestará la pregunta siguiente: ¿fue una historia de mujeres la Transición democrática?

La primera etapa presentará los cambios sociales que precipitaron la Transición, así como las distintas formas de compromiso político y cívico femeninos. La segunda parte se centrará en el papel de las activistas como protagonistas de los cambios políticos, legislativos y societales a partir de la muerte de Franco. La tercera y última parte precisará hasta qué punto este periodo cambió la vida de las españolas, es decir si las leyes votadas permitieron una verdadera liberación femenina y por qué algunas especialistas afirman que la historiografía clásica desdeñó a las mujeres.

I. Evolución de las mentalidades y compromiso sociopolítico desde los años 1960 hasta el final de la Transición

1. La evolución social empezó antes de la muerte de Franco

La Transición fue un momento de profunda transformación social en España, sin embargo, algunos cambios ya habían empezado durante la misma dictadura.

En los últimos años del franquismo, las leyes seguían negando las libertades individuales pero las mentalidades de amplios sectores sociales ya habían evolucionado gracias a la combinación de factores: el boom económico de los años 1960, la apertura al turismo, la llegada de productos culturales extranjeros, y los esfuerzos del régimen para formar parte de la C.E.E que generaron una relativa tolerancia en las reglas del nacionalcatolicismo. Estas transformaciones beneficiaron a las mujeres.

En efecto, la victoria de los nacionales en 1939 detuvo ipso facto todos los avances legales republicanos. Se restableció la versión original del Código Civil de 1889 y se implementó una serie de leyes y medidas sexistas como la prohibición del divorcio, del trabajo de noche para las mujeres o la obligación de “obedecer” al marido (art. 57).

Estas leyes dieron lugar a situaciones que escandalizaron, incluso a franquistas convencidos. A raíz de un enésimo suceso ((El de Antonia Pernia Obrador, una mujer apuñalada por su marido en 1953 que ni podía divorciar, ni podía huir sin perder la custodia de sus hijos a favor de su esposo maltratador.)), algunas mujeres del régimen como la jurista Mercedes Fórmica, con el apoyo de la Sección Femenina, consiguieron una serie de mejoras como el mantenimiento de la patria potestad a las viudas casadas en segundas nupcias o el final de la pena de destierro para los maridos que asesinaban a su esposa adúltera, lo que la justicia juzgaría en adelante como cualquier homicidio. El compromiso de la Sección Femenina es de subrayar por ser la mayor herramienta de propaganda y control femenino estatal. Entre 1934 y 1977, difundió los arquetipos de mujer franquista, en particular gracias al Servicio social, una suerte de servicio militar para muchachas que era menester realizar para obtener documentos administrativos importantes, por ejemplo, el carné de conducir.

Si bien estos cambios parecen nimios con respecto a lo que quedaba por hacer, son reveladores de una apertura que iba a acrecentarse.

El cambio también fue económico, pues, a partir de 1959, se implementó el Plan de Estabilización y Liberalización. A lo largo de la década, España redujo su atraso económico y social, lo que permitió también el auge de una verdadera clase media. Las universidades se fueron llenando de estudiantes, entre ellos, de muchachas quienes, gracias a su formación pudieron tomar conciencia de las discriminaciones que sufrían y de las otras opciones vitales posibles ((Según Helena Saavedras Mitjans, en 1957, solo el 17,63 % de los estudiantes eran mujeres, pero ya representaban el 36,8 % en 1973 (2007, 580).)). Además, accedieron así a mejores empleos, lo que suponía una independencia económica emancipadora.

La apertura al extranjero también difundió nuevos modelos femeninos gracias a la influencia turística y al desarrollo de un soft power cultural ya que los visitantes, que solo eran un millón en 1951 llegaron a veinticuatro millones en 1974. Con ellos traían costumbres, maneras de vivir y referentes modernos que infundieron en la sociedad española. A mediados de los años 1960, las españolas ya habían adoptado la minifalda y el bikini. El prototipo de la mujer cristiana, madre de familia y recatada había perdido terreno tanto más cuanto que, aunque conservaba sus privilegios, la Iglesia perdía influencia social ((Entre 1965 y 1974, solo el 34,6 % de los españoles acudían a misa, (Bennassar, 1992, 952).)).

Siempre se ampliaba más la brecha entre las leyes franquistas y las mentalidades de la sociedad española, lo que animó a varios sectores de la sociedad a pedir cambios. Era imposible exigir abiertamente la democracia, pero algunas voces apelaban a medidas progresistas ((Fue el caso del periódico Triunfo que, a pesar de las multas y suspensiones, publicó tribunas a favor de una ley de divorcio (Castro Torres, 2010, 102-103).)).

Las españolas participaban en estas luchas a través de partidos políticos clandestinos –Begoña San José o Cristina Almeida para el PCE; Carlota Bustelo o Carmen García Bloise para el PSOE– pero también a través de colectivos sociales que prosiguieron sus actividades hasta bien entrada la Transición.

2. Compromiso social femenino del tardofranquismo hasta el final de la Transición

Como el resto de Europa, España sufrió los choques petroleros de 1973 y 1979. Vivió años de recesión y paro que desembocaron en movimientos sociales y laborales en los que participaron las mujeres. Nacieron colectivos de trabajadoras que se oponían a los despidos, mediante huelgas y manifestaciones ilegales. También nacieron, como consecuencia de los recortes y del aumento de los precios, colectivos de amas de casa que visibilizaban los problemas de las familias, por ejemplo a través de proyectos de fábrica de pan (Madrid, 1977) o de “mercados socialistas”, (Alcoy, 1978) ((“Las amas de casa quieren crear una gran fábrica de pan”, El País, 6 de octubre de 1977, p. 21; RANEDA, Mari Carmen, “Un grupo de mujeres ha puesto en marcha tres "mercados socialistas" en Alcoy”, El País, 8 de junio de 1978, p.17.)).

Por otra parte, el desarrollo del sector terciario, relacionado con el auge económico de los años 1960 acarreó un éxodo rural hacia las grandes ciudades donde se hacinaban las familias en barrios de chabolas o construidos apresuradamente, los cuales solían carecer de infraestructuras y servicios. Para protestar ante las autoridades contra tales condiciones de vida, se crearon asociaciones de vecinos en las que las mujeres desempeñaron papeles claves porque las amas de casa, además de disponer de más tiempo que sus maridos, mostraban excelentes aptitudes para unir a sus vecinos en unas mismas causas. A partir de 1975, dentro de las mismas asociaciones, empezaron a crearse vocalías de mujeres en las cuales se trataban los temas del barrio, pero insistiendo en problemáticas específicas a las mujeres.

Si bien, cuando nacieron, la mayoría de estas asociaciones –trabajadoras, amas de casa o mujeres de barrio– seguían objetivos laborales y sociales, una parte se deslizó hacia reivindicaciones políticas. El contexto mismo de incertidumbre y esperanza debido al estado de salud del dictador explica este fenómeno, pero también fue decisiva la intervención de las formaciones políticas clandestinas, del partido comunista en particular.

En los últimos años de la dictadura, el PCE gozaba de mucha influencia en el mundo obrero, mayoritariamente masculino, pero no conseguía ganarse a las mujeres. Entonces, en 1964, decidió autorizar la creación de un colectivo femenino, el Movimiento democrático de la mujer (MDM), para atraerlas. A pesar de su clandestinidad, las impulsoras del MDM, Carmen Rodríguez y Dulcinea Bellido, cumplieron sus propósitos gracias a una estrategia de infiltración: abogadas y activistas comunistas integraban las asociaciones femeninas, se ganaban la confianza de las militantes, y poco a poco, empezaban a difundir sus ideas, basadas en un comunismo edulcorado y aceptable, y adaptadas a las problemáticas femeninas de cada grupo. Organizaban manifestaciones ilegales, dispensaban clases de salud sexual y reproductiva o asesoraban a las que se querían separar de su esposo. Alentaban a una toma de conciencia de las discriminaciones sufridas por las mujeres y animaban al compromiso sociopolítico.

3. Las feministas clandestinas del tardofranquismo permitieron el desarrollo del feminismo moderno de la Transición

Los problemas del MDM y de los demás grupos protofeministas llegaron cuando la Transición. Primero, porque este feminismo más bien social tuvo que competir con el feminismo “radical”, más moderno y parecido al feminismo europeo y estadounidense de la época. Además, en el caso del MDM, las militantes dependían económicamente del PCE, entonces eran los jefes del partido quienes decidían cómo repartir los presupuestos y cuáles eran las luchas aceptables y prioritarias. Finalmente, imposibilitaron numerosas acciones de su propio movimiento de mujeres.

Otro problema radicaba en la base del MDM. Durante los años de clandestinidad, realizó un profundo trabajo de terreno, sensibilizando desde el ama de casa cristiana hasta la universitaria. Pero, justamente, tras la muerte de Franco cuando se pudieron organizar campañas para reclamar derechos, resultó imposible unir a ramas ideológicas tan diversas bajo unos mismos objetivos. La meta principal del feminismo de segunda ola fue la liberación de los cuerpos, en particular gracias a la despenalización del aborto. También anhelaba una ley de divorcio fácil y gratuita. Estos proyectos eran impensables para muchas militantes cristianas del MDM.

Con lo cual, el discurso verdaderamente novador llegó con el feminismo radical. Sin embargo, el protofeminismo, el MDM en particular, consiguió crear una amplia toma de conciencia y ayudar a muchas mujeres a salir de cierto letargo, animado por el trabajo de despolitización franquista. Preparó el terreno para que los temas del feminismo moderno formaran parte del debate público y desembocaran en leyes emancipadoras.

II. Feminismo de segunda ola y organización de las luchas durante la Transición democrática

1. El feminismo se diversifica y moderniza tras la muerte de Franco

Tras la muerte del dictador, nacieron nuevas numerosas asociaciones feministas ((Aunque, por su falta de comités ejecutivos estables o su rechazo a la jerarquía piramidal, resulta imposible conocer su número exacto, el Instituto de la mujer calcula que en aquella época coexistieron unos seiscientos grupos, (Larumbe, 2005, 70).)). Se organizaban en dos categorías. Por una parte, el feminismo de doble militancia corresponde a colectivos que actuaban dentro de un partido político, beneficiándose de su influencia y capacidad de financiación, pero tal y como pasó al MDM, sacrificando su independencia a los barones del partido. Aparte del colectivo comunista, también fueron muy activos Mujer y socialismo (PSOE) o la Asociación Democrática de la Mujer (PTE y ORT). Por otra parte, se desarrolló el feminismo “radical”, llamado así por sus propias activistas. Las radicales rehuían asociarse a los partidos, porque consideraban que el feminismo era una opción política de pleno derecho con lo que Lidia Falcón –una de las figuras más emblemáticas del movimiento junto con Carmen Alcalde o Empar Pineda– fundó el primer Partido Feminista de la historia española, en 1979. Paralelamente a estas dos corrientes principales también existían otras opciones. Por ejemplo, algunas activistas como Anna Balletbò (PSOE) desarrollaron una “tercera vía”, es decir que seguían fieles a sus partidos políticos a la par que se implicaban en asociaciones feministas independientes.

A pesar de no disponer de los recursos de las formaciones políticas, fueron las radicales quienes difundieron la ideología del feminismo de segunda ola tal y como se expandía en el extranjero. Este no buscaba mejorar la condición de la mujer o equiparar sus derechos a los de los varones. Con las feministas de segunda ola nació la idea de discriminación sistémica: todos los problemas sufridos por las mujeres se relacionaban entre sí puesto que eran las consecuencias de un mismo mal: el patriarcado. Por eso sus propuestas resultaron tan revolucionarias en el contexto de la época.

Las españolas no participaron en la labor teórica –por la dictadura, el movimiento llegó tarde y ya se había escrito mucho al respecto– pero se apoyaron en las propuestas extranjeras, por ejemplo en Sexual Politics de Kate Millet (1970). En este ensayo, la estadounidense afirmaba que las sociedades capitalistas utilizaban a la mujer como medio de producción, puesto que explotaban su cuerpo para “generar” hijos, o sea fuerza de trabajo. Era una teoría inspirada del marxismo y que compartían, con algunos matices según los colectivos, todos los colectivos modernos de entonces. Por lo tanto, el objetivo del feminismo de aquella época fue liberar al cuerpo femenino, confiscado por el sistema, y lo consiguieron.

2. La Transición, catalizador de los avances feministas

La década que siguió la muerte de Franco concentró una serie de victorias que las feministas –y sectores enteros de la sociedad española– llevaban esperando desde hacía años.

Los primeros avances empezaron en 1978, fecha en la que se despenalizó el uso de los anticonceptivos y el adulterio. Si los españoles habían aprendido a eludir las prohibiciones y los juicios motivados por estos delitos ya eran escasos en los últimos años del franquismo, estas despenalizaciones seguían siendo imprescindibles.

En efecto, en 1975, muchas españolas controlaban su fecundidad. En efecto, además del preservativo, la píldora anticonceptiva (Anovial 21 o Eugynon) llegó a España en 1964. Los laboratorios la presentaban como regulador menstrual y así la recetaban los médicos. Sin embargo, la falta de información sobre los métodos anticonceptivos perjudicaba a las españolas más humildes. Además, eran ellas quienes sufrían más las consecuencias de los embarazos no deseados ya que no podían abortar en el extranjero como las de clase media y acomodada. La despenalización y la posibilidad de obtener informaciones fue entonces una medida de justicia social.

En cuanto al adulterio, aunque existía un consenso social para considerarlo como una anomalía dentro de una legislación moderna, la justicia no podía ignorar las demandas que recibía y, de hecho, en 1976, las feministas tuvieron que defender a dos españolas procesadas por adulterio, Inmaculada Benito y María Ángeles Muñoz. Movilizaron la opinión pública y obligaron al parlamento a tratar una cuestión que hasta entonces no consideraba prioritaria.

El segundo gran hito del periodo fue el juicio de las once de Basauri (1979-1982), once mujeres vascas acusadas de aborto clandestino. Este proceso fue decisivo para que la mirada sobre el aborto cambiara en España. En efecto, si la despenalización del adulterio era ampliamente aceptada, el aborto seguía siendo tabú. La sociedad española no estaba bastante preparada para debatir al respecto y la solución no podía venir de las figuras políticas ya que nadie quería pronunciarse por miedo a perder a sus electores. Por la tanto, fueron las radicales quienes, a pesar de los insultos y amenazas ((Por ejemplo, por grupúsculos terroristas de extrema derecha como los Guerrilleros de Cristo Rey.)), impusieron el debate en la agenda mediática y política a través de una intensa campaña de visibilización con manifestaciones, sentadas, encierros, publicación de un manifiesto de autoinculpación, o columnas en la prensa.

El desamparo de las acusadas y sus profundas dificultades socioeconómicas matizaron el impacto de los argumentos conservadores clásicos (aborto/asesinato, aborto/capricho). El juicio permitió abrir el debate y concienciar a los españoles sobre el problema, preparando el terreno para la ley socialista de 1983, aprobada en 1985 ((En 1979, solo el 27% de los españoles apoyaba la despenalización del aborto. En 1983, ya eran 57% (Hernández Rodríguez, 1992, 266).)). Gracias a la movilización feminista, España iba a entrar en el círculo reducido de los países que protegía a sus ciudadanas en caso de embarazo no deseado.

Manifestación de mujeres delante de la embajada española en La Haya en contra del proceso de las once de Basauri, en 1979.

Manifestación de mujeres delante de la embajada española en La Haya en contra del proceso de las once de Basauri, en 1979
Foto de Rob Bogaerts / Anefo in Wikipedia, licencia CCO

La última ley esencial de la Transición, la legalización del divorcio civil, no se relaciona con el cuerpo ni parece ser una ley específicamente femenina, pues los hombres también sufrían las consecuencias de la prohibición. Además, era una medida aceptada socialmente. La ley no despertó polémica de por sí, sino que generó una larga y profunda disputa mediático-política por haber sido politizada en extremo a raíz de la oposición entre un proyecto de ley democristiana y otra sociodemocrática. Sin embargo, no se puede excluir de la lista de metas feministas dado que, hasta la despenalización del adulterio en 1978, las españolas tenían mucho más que perder que los españoles en caso de separación de hecho, en la medida en que, si rehacían su vida, se exponían a una denuncia por adulterio, a la cárcel y a la pérdida de la custodia de sus hijos, una situación denunciada por Ana María Pérez del Campo Noriega y Mabel Pérez Serrano, a través de la Asociación de Mujeres separadas creada 1973, durante la misma dictadura. Otro problema era que, en caso de custodia exclusiva, las madres –pues ellas solían ser las que se quedaban a los niños– resultaban desprotegidas. Legalizar el divorcio fue entonces una medida que les permitió recibir pensiones alimenticias y liberarse por completo de sus exparejas, lo que era vital en los casos de violencia de género.

Finalmente, la Transición fue una ocasión para reflexionar sobre lo que iba a ser la España posdictatorial. Paralelamente a la remodelación política y administrativa, la sociedad tuvo que definirse y establecer nuevos valores y objetivos comunes. Las feministas desempeñaron un papel importante en esta construcción al incluir temáticas femeninas en la agenda político-mediática e imponer debates públicos sobre temas que, hasta entonces, se consideraban como de ámbito privado. Interesarse por las problemáticas de las mujeres se convirtió en un signo de modernidad, y esto no pasó desapercibido por los partidos.

3. Institucionalización: ¿el declive del feminismo?

Tras las primeras campañas feministas, la mayoría de los partidos demócratas entendieron que la “condición femenina” era un tema que mejoraba su imagen y podía atraer a las electoras. No defendían al movimiento “feminista” –algunas actitudes o demandas consideradas como “extremas” incomodaban a los españoles– pero sí varias medidas incuestionables en democracia como la despenalización del adulterio o el final de las discriminaciones laborales ((Por ejemplo, las españolas no pudieron ser policía antes de 1978.)). Empezaron a dirigirse a las ciudadanas prometiéndoles velar por sus intereses.

En agosto de 1977, la UCD, que acababa de ganar las elecciones generales, decidió crear la Subdirección general de la condición femenina, organismo gubernamental dedicado a promover la igualdad de género. Contactó con las asociaciones feministas para proponerles participar, pero la oferta generó profundos debates internos. El dilema era el siguiente: el gobierno proporcionaba el presupuesto, una logística eficaz y su influencia político-mediática para llevar a cabo los proyectos; sin embargo, las feministas sabían que, en contrapartida, tal y como pasaba en las ramas femeninas de los partidos (como Mujer y socialismo o el MDM) impondría los temas prioritarios, descartando a otros. Ahora bien, las corrientes democristianas ucedistas no dejarían jamás que se desarrollaran campañas explicitas sobre salud sexual, ni mucho menos que se despenalizara el aborto. Las radicales y grupos como la Liga comunista revolucionaria rechazaron toda colaboración mientras que asociaciones como ADM contactaron con el ministro de tutela de la Subdirección, quien, ajeno a estos debates, ya estaba montándola. Las limitaciones previstas se dieron, alterando a veces las ambiciones feministas. Por ejemplo, la UCD financiaba los centros de planificación familiar pero allí intentaba interferir al imponer cuestionamientos morales. Sin embargo, la Subdirección llevó a cabo proyectos de interés como la creación del premio literario María Espinosa o la promoción de la igualdad en las tareas domésticas a través de publicidades televisivas (los dos en 1978).

La progresiva institucionalización del feminismo, que iba a seguir con el PSOE, a través del Instituto de la mujer (1983), no simbolizó el declive del feminismo, sino el declive de las asociaciones feministas. Fue una pérdida de control de las militantes sobre su propio movimiento. Los sucesivos gobiernos les confiscaron la palabra para dársela a “expertos” o ministros, anulando el carácter transgresivo de su lucha ((Así, por ejemplo, no se justificó la despenalización del aborto por poder controlar su propio cuerpo como lo reivindicaban las activistas, sino para ayudar a las mujeres más humildes, como lo defendían los partidos. Eso no significa que los socialistas de 1983 rechazaran las razones feministas, sino que seguían una lógica más pragmática: los argumentos para defender la despenalización del aborto no importaban, lo principal era convencer al parlamento para que ratificara la ley.)). Representó un sacrificio, pero permitió que sus objetivos se plasmaran en leyes que cambiaron la vida de sus conciudadanas.

III. Las mujeres, ¿borradas de la historia de la Transición?

1. La liberación de la mujer: ¿una ilusión?

Entonces, ¿hasta qué punto la Transición liberó a las españolas? Aunque su voz fue a menudo confiscada por hombres, el balance sigue siendo positivo, pues en unos pocos años, vencieron una serie de discriminaciones y obstáculos legales que las mantenían bajo dominación. Sin embargo, las mentalidades no evolucionaron tan rápido como las leyes.

Si la liberación del cuerpo fue el meollo de la lucha feminista de los años 1970, también fue central en las representaciones culturales y artísticas. Con el final del régimen y la desaparición de la censura prosperó una nueva moda: el destape. Tras décadas de prohibiciones, decenas de revistas, películas o publicidades empezaron a exhibir, con fines mercantiles, cuerpos femeninos desnudos; es decir que, en el momento exacto en que se empezó a denunciar el male gaze –Laura Mulvey lo teorizó en 1975 (1975, 6-19)– los españoles iban a contracorriente, hartándose de contenido pornográfico.

Una parte de los intelectuales de entonces interpretaron el destape como una liberación sexual: por fin las españolas podían expresar sus deseos y disfrutar de su sexualidad. Pensaban que, al afirmar sus formas, retomaban el poder, un poder casi político ya que rompían con el modelo de mujer casta del franquismo. Con lo cual, personas que apoyaban sinceramente al feminismo también valoraban la exposición de las carnes femeninas, sin entender que las españolas solo pasaban de una cárcel a otra: de la buena esposa y madre a objeto sexual.

Un caso paradigmático es el de Francisco Umbral, dandi madrileño y columnista en varios medios. En sus tribunas, el novelista convertía a figuras públicas, como artistas o diputadas, en personajes de papel sexualizados. Umbral se quejaba a menudo de la animosidad que sentían por él muchas feministas. No se daba cuenta de que los que se destapaban, eran ellas, no ellos, y de que siempre se trataba del mismo arquetipo de mujer (pese a los esfuerzos de artistas como la fotógrafa Colita para imponer otras representaciones).

Existió entonces una suerte de espejismo que confundía cosificación y sexualización con liberalización, una liberación que solo se plasmó en las leyes votadas por el parlamento y en el trabajo de terreno desplegado por las feministas (grupos de self-help o de información sobre planificación familiar). A nivel de integración política, existió una ilusión parecida.

2. La política: ¿un mundo abierto a las mujeres?

A raíz de una serie de sucesos y campañas feministas mediatizados, los partidos políticos empezaron a interesarse por los problemas de las mujeres e incluyeron en sus programas algunas medidas para luchar contra las desigualdades. Ese interés también era estratégico: las españolas representaban la mitad de los votantes y había de atraerlas.

A nivel del funcionamiento interno de los partidos, también se intentó integrar a las mujeres. El PCE había sido precursor al crear el MDM pero este último solo ostentaba un poder simbólico: las mujeres del partido, como Mercedes Comabella o Begoña San José, se expresaban en los mítines, pero no influían en las decisiones. Además, el comunismo desconfiaba y hasta rechazaba al feminismo, por considerarlo un movimiento burgués, sobre todo a partir del auge de la segunda ola, defendida por personas educadas de clase media y acomodada. Entonces, a pesar de los discursos de Santiago Carrillo, antes de bien entrados los años 1980, el poder de las mujeres en el partido siguió siendo anecdótico.

El PSOE se comprometió bastante más para integrar a sus afiliadas. Ya desde los años 1970, mujeres como Carmen García Bloise, María Izquierdo, Carmen Mestre o Elena Flores ostentaban puestos de poder en el partido. Las acciones de Mujer y socialismo fueron decisivas en la toma de conciencia, sobre todo tras la elección en 1977 de Carlota Bustelo, una de sus fundadoras, como diputada en el Parlamento. Luego, la instauración de cuotas en los años 1980 aceleró las promociones internas. No obstante, las decisiones de los barones del partido a veces contradecían sus discursos, pues cuando debían sacrificar un puesto o exponerse, apoyando medidas polémicas, los valores de igualdad solían desaparecer ((Esa actitud irritaba a las militantes de primera hora quienes iban defendiendo las mismas ideas en el partido desde hacía años. Carlota Bustelo lo expresó en la prensa, informando que, por eso y al igual que varias compañeras, no se volvería a presentar en las elecciones de 1979.)).

Si, a pesar de las resistencias, el PCE y el PSOE avanzaban en la igualdad dentro de sus formaciones, la cuestión permaneció en segundo plano en UCD y AP. Por ejemplo, en el congreso centrista de 1978, se afirmó la necesidad de aumentar el número de mujeres en el comité ejecutivo. Sin embargo, en ese mismo congreso, a pesar de los 36 puestos vacantes en el comité, solo se eligió a una sola mujer, Carmela García-Moreno. En cuanto a los miembros de AP, rechazaban imponer cuotas y las mismas afiliadas explicaban que preferían alcanzar solas los puestos de poder. La consecuencia fue una integración femenina que se atrasó unos diez años con respecto al PCE al PSOE, formaciones en que las cuotas empezaron a dar sus frutos a finales de los años 1980.

Por otro lado, la presencia femenina en las cúpulas de los partidos, en particular de centro y derecha, no significaba que éstas iban a difundir ideas progresistas con respecto a sus conciudadanas. Por ejemplo, Isabel Tocino, directora de Mujeres conservadoras, el colectivo femenino creado por AP en 1982, apoyaba públicamente al Opus Dei, se oponía al divorcio y rechazaba rotundamente la despenalización del aborto.

Finalmente, pese a los discursos relativos al sexismo, la falta de empeño en defender la igualdad de oportunidades dentro de los partidos tuvo consecuencias lógicas: en el Senado, entre 1977 y 1979, la representación femenina fue del 2,32%. En el Congreso de los diputados, entre 1977 y 1982, nunca superó el 6%. En cuanto a las diputadas electas, no accedían a las comisiones claves como Justicia o Trabajo, sino que se las relegaba a las que menos atractivo tenían.

3. ¿Se “borraron” a las mujeres de la foto?

Por lo tanto, el protagonismo de las mujeres durante esos años de cambio es difícil de evaluar. Pese a que ellas hubieran sido las artífices de profundos cambios para sus contemporáneos, especialistas como Mónica Threlfall insisten en que la historiografía las borró de la historia de la Transición. Cabe matizar esta afirmación.

Por un lado, presentar el papel de las mujeres durante este periodo es un reto. Primero porque ellas representan la mitad de la población española, con lo que unos trabajos globalizadores son imposibles. Además, porque actuaban mucho menos a través de partidos políticos o de sindicatos que los hombres, pues se movían principalmente en esferas privadas o en asociaciones informales, lo que dificulta los estudios. Sin embargo, a partir de los años 2010, investigadores como Francisco Arriero Ranz empezaron a centrar su trabajo en colectivos, ciudades o fechas más precisas, lo que permitió cubrir algunos aspectos históricos descuidados, devolviendo así su sitio a las españolas en la foto.

Por otro lado, cabe precisar que no “desaparecieron” de los relatos por la mera razón de que ninguna figura femenina protagonizó grandes hitos de la Transición. Los vecinos, los obreros o los políticos que se expresaban públicamente solían ser hombres. Fue un periodo de profundos cambios para las mujeres, pero unos cambios anunciados con voz masculina. Primero, por la mentalidad de la época, pero también porque pocas mujeres alcanzaron puestos de poder, con lo cual no pudieron defender en primera persona proyectos por los cuales muchas habían luchado durante meses y hasta años dentro de asociaciones o partidos políticos.

Con respecto a la progresiva institucionalización del feminismo, aseguró la pervivencia económica y una mayor mediatización de varias campañas, pero contribuyó a domar y a homogeneizar un movimiento basado en la libertad de expresión y en los debates ideológicos. Tapó las asperidades del feminismo, silenciando las opiniones vistas como radicales. Además, lo dejaba en manos masculinas, por ser un hombre el ministro de tutela (aparte de los escasos meses en los que Soledad Becerril fue ministra de Cultura).

La estrategia de una parte de las corrientes feministas –de los grupos radicales en particular– contribuyó asimismo a la invisibilización del movimiento. En efecto, los medios de comunicación, así como una parte de la sociedad consideraban a las militantes como mujeres conflictivas e insatisfechas. Por una parte, los debates ideológicos entre las distintas corrientes que tuvieron lugar durante todo el periodo se interpretaban como fútiles disputas entre mujeres privilegiadas. Esto se dio en particular durante Las Jornadas Catalanas de la Mujer, organizadas en 1976, en la que debatieron las representantes de las principales tendencias feministas del país. Se habló de aborto, de conciliación familiar o de sexualidad. Sin embargo, y a pesar de los intentos de activistas como Trinitat Simó para recalcar su riqueza, los debates no interesaban tanto a los comentadores mediáticos como las altercaciones entre las activistas, pues tenían que informar, pero también vender su noticia ((SIMÓ, Trinitat. “Feminismo y prensa”, El País, 8 de junio de 1976.)).

Además, en 1978, numerosas asociaciones feministas habían defendido el “no” al referéndum constitucional por considerar que el texto no protegía bastante a las mujeres. En unos años en los que el consenso era el valor más preciado para construir la democracia, esta actitud pudo despertar el recelo de una parte de la sociedad. Con lo cual, conforme avanzaba la Transición, se valoraban cada vez más las ideas feministas, pero se soportaba cada vez menos a las feministas, con lo que sus luchas acabaron siendo llevadas por otros actores sociales, políticos y mediáticos. La historiografía de la Transición se limitó en reflejar esta realidad.

Conclusión

En resumidas cuentas, 1970 fue la década de la mujer en España. Las evoluciones empezaron antes de la muerte de Franco, ya que las españolas adoptaron modas modernas venidas del extranjero, se proyectaron en nuevos modelos y algunas empezaron a movilizarse para salir de su marginación jurídica y social. La Transición les dio la oportunidad de expresar sus demandas. Algunas lucharon contra las injusticias a través de distintas corrientes feministas quienes contribuyeron a plasmar las reivindicaciones en leyes. Otras se limitaron en aprovechar la libertad recobrada para explorar opciones de vida hasta entonces reservadas a los hombres. A nivel legal, los cambios ocurridos en pocos años fueron impresionantes y España rápidamente compensó el retraso que tenía con respecto a sus vecinos europeos. A nivel social, las evoluciones, tomaron más tiempo. La Transición no lo solucionó todo pero fue un punto de partida para que las mujeres volvieran a ser ciudadanas de pleno derecho.

Notas

Referencias citadas en el artículo

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SIMÓ, Trinitat. “Feminismo y prensa”, El País, 8 de junio de 1976.

THRELFALL, Mónica. 2009. “El papel transformador del movimiento de mujeres en la transición política española”, in Pilar González Ruiz, Purificación Gutiérrez López, Carmen Martínez Ten Carmen (éd.), El movimiento feminista en España en los años 70, Madrid: Cátedra, 2009, p. 17-35.

 

 

Pour citer cette ressource :

Victoria Garrido y Saez, La Transición democrática: ¿una historia de mujeres?, La Clé des Langues [en ligne], Lyon, ENS de LYON/DGESCO (ISSN 2107-7029), février 2025. Consulté le 21/02/2025. URL: https://cle.ens-lyon.fr/espagnol/civilisation/histoire-espagnole/monarchie-et-formations-politiques/la-transicion-democratica-una-historia-de-mujeres