"Novelas y cicatrices" de Juan Gabriel Vásquez
La presencia de la política y de sus vicios —la corrupción y la violencia, principalmente, pero no sólo ellas— ha vivido siempre en estado de tensión con la literatura. Los novelistas que exploran eso que llamamos vida pública (y la manera en que ella contamina nuestras vidas privadas) se mueven entre los dos extremos sugeridos por Stendhal: la grosería y el silencio. El equilibrio es precario: en el mundo del lenguaje, el discurso político y el discurso literario se encuentran en las antípodas. Por su naturaleza, el lenguaje político desprecia el matiz, la sutileza, la complejidad, las zonas grises; mientras tanto, la novela encuentra su razón de ser justamente allí: en las zonas grises y la complejidad y la sutileza y el matiz. El lenguaje político es incapaz de iluminaciones, pues nos dice lo que ya sabemos (o lo que queremos oír), y es lo contrario del lenguaje literario, que intenta revelarnos lo que no hemos visto (o lo que no hemos querido ver: es entonces cuando el novelista se vuelve, como decía Vargas Llosa, un aguafiestas). Eso es lo que sucede en la gran tradición de la novela política latinoamericana: del El otoño del patriarca de García Márquez a Respiración artificial de Ricardo Piglia, de La muerte de Artemio Cruz de Carlos Fuentes a Estrella distante de Roberto Bolaño, de Conversación en La Catedral de Vargas Llosa a El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia de Patricio Pron: estas novelas son políticas sin hacer política; enriquecen nuestra comprensión de las zonas oscuras de la experiencia social, echan luz sobre las sombras morales de los individuos cuando, éstos, los vulnerables individuos, chocan contra el tren fantasma que a veces llamamos Estado y a veces Gobierno y a veces Patria, pero siempre Poder.
La literatura siempre ha sido subversiva, aun a su pesar, porque disputa al Poder la hegemonía sobre el relato de nuestras vidas. En mi país, ni la corrupción ni la violencia existen sin poder; o bien son la manera que tiene el Poder de perpetuarse, o bien la manera que tiene el que lo busca de conseguirlo. Pero no existen en su relato: en cierto sentido, podría decirse que una de las condiciones para el ejercicio exitoso del Poder es la capacidad, por su parte, de crear un relato de sí mismo en que no aparezcan ni la corrupción ni la violencia. Ni las pasadas, que se intentan eliminar mediante el olvido programado o la revisión histórica; ni las presentes, que se obliteran mediante la censura directa o indirecta o mediante la “versión oficial” en la cual colaboran los medios de comunicación y sus intelectuales de alquiler. Pues bien, esto se han propuesto las novelas que he escrito: recordar lo que otros quieren que se olvide, multiplicar las versiones de nuestra historia que estamos dispuestos a aceptar, explorar en las cicatrices que la violencia y la corrupción han dejado en cuerpo: las cicatrices metafóricas, pero también las literales.
“Nous allons parler de fort vilaines choses”, decía Stendhal. Yo estoy listo: hablemos.
Pour citer cette ressource :
Juan Gabriel Vasquez, "Novelas y cicatrices" de Juan Gabriel Vásquez, La Clé des Langues [en ligne], Lyon, ENS de LYON/DGESCO (ISSN 2107-7029), juin 2012. Consulté le 21/11/2024. URL: https://cle.ens-lyon.fr/espagnol/litterature/entretiens-et-textes-inedits/textes-inedits/novelas-y-cicatrices