Presentación
Antonio Muñoz Molina nació en Úbeda (Jaén, Andalucía) en 1956 y cualquier cosa que queramos saber de él nos la cuenta como una historia más en su página oficial. No es uno de esos escritores misteriosos que se esconden, sino más bien un hombre generoso que se ve, probablemente, a sí mismo, como una persona más, que escribe únicamente movido por su profundo amor a la literatura y la necesidad de contar el mundo.
Lo que se desvela de Antonio Muñoz Molina es que es muy humano, y nos lo hace saber de alguna manera al hablar de sus orígenes. De una familia humilde, su padre trabajaba en el campo y su madre en casa, a diferencia de la mayoría de los niños de su edad, que empezaban a trabajar alrededor de los doce años para ayudar en casa, como era normal en España en la época en la que nació nuestro escritor, Antonio Muñoz Molina tuvo la oportunidad de seguir sus estudios. Alrededor de los doce años empezó a leer a Julio Verne, autor que le dio las ganas de ser escritor. Entonces empezaba una andadura conjunta que duraría toda su vida, la de Muñoz Molina y la escritura.
Empezó la carrera de periodismo en Madrid, que más tarde dejaría por los estudios de Historia del Arte en Granada, ciudad en la que vivió casi 20 años y donde empezó escribiendo en periódicos. En 1986, mientras trabajaba en el ayuntamiento de Granada organizando eventos culturales, publicó su primera novela, Beatus Ile. Desde entonces ha publicado numerosas novelas y libros en los que recoge sus textos periodísticos publicados en los diferentes medios escritos en los que ha colaborado a nivel regional o nacional (Ideal, El País, ABC…).
Considera que ha tenido mucha suerte al haber empezado su carrera en una época de transición. España se abría al mundo en los años 80, tras el final de la dictadura, y una especie de boom de autores españoles se hacía leer en España y en el extranjero. Eso dura desde entonces. Antonio Muñoz Molina ha publicado obras que han alcanzado un gran éxito, como El invierno en Lisboa (Seix Barral, 1987), que le da el Premio de la Crítica y el Premio Nacional de Narrativa; Beltenebros (Seix Barral,1989); El jinete polaco (Planeta, 1991); con el que obtuvo el Premio Planeta; Plenilunio (Alfaguara, 1997); Sefarad (Alfaguara, 2001); El viento de la luna (Seix Barral, 2006); La noche de los tiempos (Seix Barral, 2009). Además de los premios ya citados, ha ganado otros muchos, como el Premio Jerusalén y el prestigioso Premio Príncipe de Asturias de las Letras, los dos en 2013.
En 1995 fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón U, y fue durante dos años director del Instituto Cervantes de Nueva York.
Está casado con la también escritora Elvira Lindo.
Su última publicación ha sido el ensayo Todo lo que era sólido (Seix Barral, 2013), una “propuesta de acción concreta y entusiasta para avanzar desde el actual deterioro económico, político y social hacia la realidad que queremos construir” (presentación del editor).
Invitado al séptimo festival Assises Internationales du Roman, tuvimos la oportunidad de realizar una entrevista en la que el escritor nos habla sobre sus influencias, su forma de afrontar la escritura y el mundo de la edición.
Video
https://video.ens-lyon.fr/eduscol-cdl/2013/2013-06-02_ESP_Munoz-Molina.mp4
Transcripción
Estamos con el escritor Antonio Muñoz Molina, invitado al festival Assises Internationales du Roman en Lyon el 1 de junio 2013
-Bienvenido a Lyon. Muchas gracias por concedernos esta entrevista para La clé des langues. Ya me decía que había estado anteriormente en Lyon, ¿cuáles son sus impresiones sobre la ciudad?
Es que son ciudades muy… Estas ciudades intermedias francesas que son tan imponentes, ¿no? Ayer estuve en un encuentro muy bonito, muy interesante, con estudiantes de bachillerato, de eso que llaman el bachi-bac, en este sitio que se llama Bourg-en-Bresse, y esos pueblos, esas ciudades, relativamente pequeños, con ese poderío… Claro, es que es un país muy rico. Tú ves el agua que hay, el campo, comparado a lo nuestro, así que siempre te impresiona bastante. Luego, esa riqueza monumental, esa especie de solidez tan francesa, que supongo que en ciertos momentos puede ser un poco agobiante pero viniendo de España y viniendo de Estados Unidos notas la originalidad de la civilización francesa. El valor de la comida, claro, yo vengo de Nueva York, imagínate que allí se come… bueno, se puede comer muy bien, pero la comida no forma parte de los hábitos diarios. La gente al medio día se come cualquier cosa, y [aquí] vas a un buen restaurante normal y ves esa solidez, los menús, esos productos tan ricos.
-¿Mejor que la comida española?
Bueno, las materias primas son tan extraordinarias. Tiene que, cuando llevas un poco de tiempo, te cansas de la mantequilla ¿no? Pero es que es un país muy potente.
-¿Cómo se siente al haber sido invitado a un festival en el que la novela es la gran protagonista?
Bueno, yo había estado antes en la Villa Gillet, antes de que naciera el festival. Francia es un país muy literario, la cultura literaria está muy desarrollada, la cultura lectora, tú ves la riqueza de las librerías. Y yo particularmente tengo mucha suerte aquí porque, fuera de España, Francia es el país en el que tengo más lectores y más presencia. Entonces hablar de la novela es una cosa que siempre gusta, si se habla en serio y con un poco de fundamento. Para mí la novela sigue siendo una forma relevante y significativa de tratar asuntos humanos fundamentales, entonces me atrae. Aparte de eso, mañana tengo el encuentro con Tzvetan Todorov, que es conocido mío de hace tiempo, y al que admiro, y con el que he hablado sobre estas cosas, entonces es estimulante.
-Y Francia está sin duda presente en su obra, no sólo como escenario en algunos casos, sino también por ciertas influencias. Después de leer mi primera página de Antonio Muñoz Molina, no pude evitar pensar que estaba ante el Proust español. ¿Podría decirnos algo sobre los autores que más le han influido?
La primera cosa con la que sentí lo que era un escritor fue leyendo a Julio Verne. Cuando tenía 11 o 12 años, leer La isla misteriosa, Viaje al centro de la tierra, es decir que eso lo había escrito alguien, eso no existía porque sí. Esa influencia ha estado muy presente en mí. Yo escribía en Granada una columna en Ideal que se llamaba Diario del Nautilus. Y luego, para mí, escritores como Baudelaire, Montaigne, y, en novela, Proust y Flaubert, para mí son los más grandes. À la recherche lo he leído bastantes veces. Y recuerdo que hace unos años había estado un tiempo sin leerlo, y volví, y pensé “este es el escritor que más me ha influido a mí en mi vida”, probablemente, no por sólo el estilo, la visión del mundo… Es que siento mucho amor hacia Proust, es como hacia Flaubert. La novela moderna es Flaubert, tú lees Stendhal o Balzac y efectivamente son grandes escritores, pero cuando tú llegas a Flaubert, tú te das cuenta de que ése es contemporáneo. Hay una frontera digamos, y Flaubert está de este lado de la frontera. Cuando lees Ulises por ejemplo, o lees a Henry James, todos ellos vienen de Flaubert. Entonces yo cuando estaba escribiendo mi última novela, La noche de los tiempos, un libro que tenía muy presente era La educación sentimental, porque se trata de ver cómo, entre otras cosas, las personas normales viven los hechos históricos, y eso está ahí.
-¿Y qué puede decirme sobre la influencia que la práctica periodística ha tenido en su carrera como novelista?
Bueno, es que yo creo que el periodismo es una rama de la literatura. Una rama de la literatura puede ser mejor o peor y que tiene una serie de variantes, y que hay subgéneros dentro del periodismo. Pero es literatura, en el sentido de que se cuenta el mundo con palabras. Mi educación como escritor empieza en serio cuando empecé a escribir en un periódico de Granada, que ya desapareció, que era Diario de Granada. Y ahí también hay un componente francés, porque en ese momento yo estaba leyendo continuamente Le spleen de Paris de Baudelaire, y entonces recuerdo ir por la calle por Granada, por el Zacatín y Bib-rambla, y pensar que habría que hacer como un “spleen de Granada”, y eso fue lo que hice, al escribir un libro que se llamaba El Robinson urbano, mi primer libro, pero esa iluminación de que la ciudad contemporánea, lo que tienes delante de los ojos, puede ser la materia de la literatura, y esa disciplina del periódico, de fijarte en lo que pasa a tu alrededor, además de tener la obligación de tener que entregar en un momento dado, con una fecha de entrega, con una hora de entrega, con una extensión determinada, esa disciplina te cura de muchas tonterías sobre la inspiración, esta cosa perezosa de pensar “bueno, ya escribiré cuando se me ocurra”, no, en el periódico no hay… Y yo sigo escribiendo en periódicos y eso sigue siendo así. Es decir, la inspiración tiene que llegar antes de una cierta hora, no puede esperar, y la inspiración tiene que sujetarse a una extensión determinada. Eso es una gran escuela para un escritor.
-Su vida, sus orígenes, sus opiniones, están muy presentes en sus novelas. ¿Considera que un escritor es el gran protagonista de su obra?
Lo que ocurre es que todo lo que tú escribes se filtra a través de la experiencia propia. Pero un escrito cuando es demasiado ególatra, cuando solo se ve a sí mismo, yo creo que se empobrece mucho. La experiencia propia sirve como filtro, como manera de acceder a cosas más universales y más generales, pero estar volcado exclusivamente en uno mismo, dejando aparte lo que decía, que uno no ve las cosas desde el punto de vista de otro, uno tiene una perspectiva determinada sobre el mundo, que está marcada por su origen, por el lugar que ha ocupado en el mundo, y esa es tu fuerza también, porque esa perspectiva no la tiene nadie más. Decía Stendhal que la única manera de ser original es ser uno mismo. Pero ese ser uno mismo tiene la contrapartida de que puede llevar al narcisismo, y eso esteriliza al escritor.
-Publicó su primera novela en 1986. ¿Algún día imaginó que llegaría a ser el escritor que hoy es?
No, yo he tenido mucha suerte. Coincidió con una época, que yo creo que ha sido la gran época, que tristemente está terminando, del encuentro entre los escritores españoles y el público español y europeo. La segunda mitad de los años 80 fue una explosión de literatura y de lectores, de pronto hubo muchísimos más lectores, ¿por qué? Porque la democracia generó eso. Entonces escritores como Javier Marías, como Julio Llamazares, Rosa Montero, gente así, nos encontramos con mucho más público del que nos habíamos imaginado. Entonces hacíamos libros de literatura que quería ser literatura seria, mejor o peor pero literatura seria, y nos encontramos con que tenía muchísimos lectores. Siempre se dice “en España no se lee”, proporcionalmente el número de lectores que hasta hace poco ha tenido en España es muy superior al que tiene un libro de literatura en Estados Unidos, por ejemplo. A mis amigos americanos yo les digo las tiradas de libros míos y se sorprenden mucho. Tuve mucha suerte. Y luego hubo otra suerte fundamental, y es que nosotros llegamos en un momento en que nuestro país se abría al mundo, entonces para la generación anterior, conectarse con el mundo exterior, no sólo tener lectores fuera sino recibir influencias de fuera era muy difícil, entonces nosotros hemos tenido esa suerte de que nuestros libros se han publicado fuera, en muchos casos han tenido muchos lectores, y hemos sido leídos no como representantes de un país exótico sometido a una dictadura como podía pasar antes, sino como escritores. Como este festival, internacional. Que un escritor de una generación anterior a la mía pudiera asistir con plena normalidad a un festival internacional como este, eso era muy raro. Tú te acostumbras a las cosas y parecen que son normales, pero nosotros tuvimos una coyuntura histórica muy favorable.
-Y ¿cómo puede afrontar el escritor de la generación actual la situación cuando empieza a escribir?
Empezar a escribir es muy difícil, para alguien que empieza a escribir es siempre muy difícil. Pero de una manera misteriosa siempre hay quien tiene esa vocación. Yo doy clases en Nueva York, en un master de escritura creativa y tengo alumnos de España y de toda América Latina, hay mucha gente a la que le gusta la literatura y eso, pero siempre ves a alguien que está marcado por una vocación, y ves que sea cual sea su origen, o sean cuales sean las circunstancias, esa persona va a escribir, y va a escribir con una entrega muy grande. Lo que ocurra después, eso nadie lo sabe. Pero así ha sido siempre. Cuando piensas en cómo escribía gente como Emily Dickinson, en su pueblo en EEUU, en soledad, eso siempre ha sido así.
-¿Y qué ha cambiado desde sus comienzos, no sólo en su forma de afrontar la escritura, sino también a la hora de afrontar una nueva publicación?
Sorprendentemente, lo que ha cambiado es que cambia muy poco. Las circunstancias exteriores pueden ser más favorables, pero el proceso de la escritura, el proceso de la invención es el mismo. Es decir, está lleno de incertidumbre, de ilusión y de miedo. Tú puedes haber escrito veinte libros antes, y puedes ser conocido, pero eso no sirve para nada. Es más, si eso te influye, malo, porque vas a tener una seguridad falsa. Para mí la gran sorpresa, que fíjate si lleva durando, es que no hay progreso. Quieres empezar una novela y la situación es la misma. Estás solo, no sabes nada, estás asustado, tienes ilusión, de pronto se te ocurre algo y te pones más contento que… Pero no hay diferencia.
-¿Qué opinión le merecen los libros electrónicos? ¿En qué cambia la era digital a la literatura?
Los cambios a largo plazo no sabemos cuáles serán. Yo creo que el libro electrónico, como otras tantas tecnologías, es una tecnología que puede ser complementaria, y que no tiene por qué arrinconar a tecnologías anteriores. Del mismo modo en que la televisión no acabó con la radio, o no acabó con el cine. Hay espacios específicos para cada tecnología. Mi experiencia con el libro electrónico, yo soy muy curioso para esas cosas, y en seguida me compré uno, y lo sigo teniendo, y es muy práctico para mí por ejemplo cuando necesito leer algo de inmediato, cuando voy a viajar, entonces me sirve. Ahora bien, la singularidad de la experiencia de leer que te da el libro físico, no te la da el libro electrónico. Porque tú en el libro electrónico, todos los libros que lees son el mismo aparato, y un libro no es sólo el texto. Un libro es aquello que subraya lo específico de la lectura, porque un libro no es otro libro, entonces eso tiene mucha fuerza. Yo soy muy caprichoso, y a lo mejor estoy leyendo un suplemento del New York Times, y estoy leyendo sobre un libro que me apetece leer o escribir sobre él y tengo una curiosidad inmediata, pues me lo compro en el momento y ya está. Pero el hecho de ver una estantería en la que tú ves los libros que has ido leyendo, y los que te faltan por leer, eso es un teatro de la memoria… Sabes que la gente se pone en seguida o apocalíptica, o entusiasta, y dice “oh, el libro electrónico va a destruir todo”, y dices no, el libro electrónico no tiene por qué destruir nada, si nosotros somos conscientes del valor. Otra cosa que es distinta, y que es mucho más grave, es el poder gigantesco que ciertas compañías asociadas a las nuevas tecnologías están adquiriendo, eso es distinto. Es un poder de monopolio tiránico. Es decir, Google, o Apple, o Amazon, que son tan poderosas que anulan cualquier… Eso es distinto. Fíjate ahora el escándalo que hay con Apple en EEUU, que no pagan impuestos. Son cosas distintas.
-Pasando a otra parte de la edición, cuando ésta pasa las fronteras del mundo hispano. Me gustaría saber cuál es su actitud ante las traducciones que se realizan de sus obras. ¿En qué medida interviene en la publicación de una obra en otra lengua? ¿Controla las traducciones de alguna manera, intenta corregirlas?
Eso sólo cuando se trata de idiomas que conozco, el francés y el inglés. En ese caso sí intervengo. En otros casos, muchas veces, los traductores siempre te pueden preguntar, y aunque tú no sepas la lengua, conoces la tuya, entonces puedes ayudar a un traductor a resolver cuestiones de contexto, de matiz. Pero en el caso del francés y del inglés, sí me involucro bastante, hasta el extremo de en algún caso rechazar una traducción.
-Sí, porque se han producido casos en los que no estuviese contento con la traducción. ¿Y cuando la traducción ya estaba publicada? Puede pasar…
No, pero claro que puede pasar.
-Durante la lectura de algunos de sus textos, he tenido la impresión de que todo pasaba en el momento justo. Cuando recordaba cierto momento evocado en unos de los flashback, éste aparecía en el párrafo siguiente. ¿Se vuelve usted a veces más lector que escritor para saber qué queremos leer en cada momento? ¿En qué medida el lector está presente durante la creación de sus textos?
Claro, hay una cosa que hay que tener muy presente, y que yo me doy cuenta dando clases, y que es una de las más difíciles, y es que tú tienes que ser consciente del lector en el sentido de que el lector va a ir encontrándose cosas que no sabe. Porque tú cuando te pones a escribir, tú sabes mucho. Sabes lo que quieres contar. Y eso puede hacer que no calibres el proceso de desvelamiento de la información que hay en el texto. Pero sí tú lo ves desde el punto de vista del lector, tú sabes qué se va a ir encontrando el lector en cada momento. Pues tú sabes que tienes que graduar la información. Eso es una cosa que requiere cierta elaboración, pero también es una cosa instintiva. Qué sabe el lector en cada momento. Aparte a mí me gusta que el texto exija al lector una atención permanente, porque hay muchas cosas sueltas que tienen que cobrar forma en la imaginación del lector. Pero no sé, eso es una cosa instintiva. Y creo que un libro sólo se entiende de verdad, sólo se disfruta de verdad, cuando se lee por segunda vez, porque tú ya vas reconociendo. Pero esos pasos de la organización del material narrativo, esos son muy conscientes.
-¿Y sabe desde que empieza la novela hasta que llega al final cómo va a ser, hay cosas que van cambiando?
-No, hay muchas cosas que van cambiando. Que vas descubriendo en el proceso de la escritura. Porque claro tú eres muy consciente de cómo empieza un libro, qué dice la primera frase, cómo empieza la primera página, cómo lo que dice la primera página va a ser comprendido varias páginas después. Cómo el lector va a tener que volver, o por lo menos que recordar. Es como en la música, tú oyes una línea melódica, cuando la oyes por segunda vez la reconoces, al principio no te dice nada…
-Ahora me gustaría hablar un poco sobre La noche de los tiempos donde la tradición de España está muy presente. La inspiración de lo cotidiano no es fingida. Su personaje principal tiene orígenes humildes y es socialista. ¿Por qué es necesario que sus personajes principales sean de pueblo?
Bueno, es de Madrid, lo que pasa es que es de pueblo porque es de un barrio popular. Pero sí, porque el personaje está inspirado por diversos personajes históricos. Está inspirando en parte por Pedro Salinas, que era hijo de una señora que tenía una mercería en la calle Toledo, la misma que sale en la novela, también está inspirado por la historia de Arturo Barea, que era hijo de una lavandera del río Manzanares. Era importante que fuese un personaje que viene de un origen humilde y que han ascendido socialmente, porque es un personaje que se encuentra en una situación social frágil. Es un personaje que no pertenece del todo a la clase en la que está. A mí me llama mucho la atención esos personajes fronterizos, mezclados, que no están del todo… A mí, cuando veo la gente que está muy plenamente en un sitio, me acuerdo cuando yo trabajaba en el ayuntamiento de Granada, veía los funcionarios de carrera digamos, a mí me sorprendía la conciencia de pertenecer que tenían, cuando miraban a los políticos y decían “estos están aquí pero se van, nosotros nos quedamos”, esa idea de pertenecer a un sitio sin la menor incertidumbre, eso es una cosa que yo nunca he sentido, porque yo también tengo orígenes, y cosas muy mezcladas, entonces me reconozco, me identifico mucho con las personas que no son del todo del sitio en el que están. Que son extranjeras…
-En La noche de los tiempos nos encontramos la frase siguiente, cito: “Nadie quiere ver nada, amigo mío, y el que sí ha visto calla y hace todo lo posible por olvidar”. La novela se enmarca en la pre-guerra civil española, sin embargo algunos momentos, o algunas actitudes, me han hecho pensar en la España del 2013, especialmente esa frase. ¿Tenía en la cabeza crear un lazo entre las dos épocas cuando escribió La noche de los tiempos, intenta crear algún vínculo?
Bueno, tú escribes un libro y el momento en que lo estás escribiendo te influye mucho y una parte del impulso para escribir ese libro era la sensación que yo tenía de la fragilidad del sistema en España. Tú veías que eso era muy frágil, en una época en que parecía en que no lo era. También me daba escalofríos ver cómo políticamente se volvía a los lenguajes más violentos, de la guerra, cómo se creaba una especie de romanticismo de la guerra, como si la guerra hubiera sido un momento heroico para la izquierda. Es decir, por una parte la izquierda reivindicaba a la izquierda de la guerra, y por otra parte en la derecha había como una desvergüenza hacia sus pecados del pasado. Eso me producía mucha inquietud. Y claro, entonces reflexionaba sobre el hecho de que la gente cuando está viviendo las cosas, no se da cuenta de que lo está viviendo. Es muy difícil para cualquiera, es una dificultad cognitiva que tenemos, es muy difícil ver lo que está sucediendo. Y eso es una cosa que leyendo y escribiendo sobre el siglo XX me había chocado mucho siempre, porque retrospectivamente las cosas parece que están claras, pero mientras se están viviendo no están tan claras. Uno piensa en aquello que decía la gente sobre los judíos de Alemania, decían “¿por qué no se iban?, ¿cómo no se daban cuenta de lo que venía?”, las personas no se dan cuenta de lo que viene, y no te das cuenta también porque no quieres darte cuenta, porque las personas necesitamos estabilidad, necesitamos creer que el mundo es estable. Eso lo aprendí yo cuando el 11 de septiembre de 2001 en Nueva York, en la hora siguiente, estaba allí y lo que sentía era la necesidad de actuar como si no pasara nada, porque si pensabas que podía ocurrir otro ataque, si pensabas que de pronto podría desaparecer el suministro de corriente eléctrica, ibas al supermercado y la gente estaba acumulando cosas, ahí me di cuenta de la fragilidad enorme de lo real. Y eso me influyó mucho a la hora de escribir la novela.
-Quizá por eso también ha escrito el ensayo Todo lo que era sólido.
Es lo mismo, es esa consciencia un poco asustada de que las cosas no son tan sólidas como parecen. Además las personas de mi generación nacimos en un mundo y podemos recordar un mundo que no se parecía a este, entonces el hecho de haber vivido en dos mundos te enseña que las cosas pueden ser de maneras muy distintas.
-Y para terminar, quisiera que nos contara… ¿Cuándo acaba un libro, ya está pensando en cómo será el siguiente?
No, yo paso mucho tiempo sin… Generalmente no. Porque un libro requiere una concentración y una entrega demasiado grandes. Yo sé que hay quien sí lo hace. Pero no es mi caso. Y de hecho fíjate que yo terminé La noche de los tiempos a principios del verano de 2009 y han pasado 4 años y sólo ahora estoy empezando a tantear otra cosa, pero un libro es un trabajo muy absorbente, muy agotador, y cuando terminas te quedas muy exhausto. En mi caso además me produce como un bajón muy grande.