Dossier sur le 15-M
La gente no se mueve
El 15 de mayo de 2011, uno de esos domingos en que la primavera ya calienta, una serie de organizaciones poco conocidas convocaron a personas de toda España en el centro de las principales ciudades para una manifestación bajo el lema «No somos mercancía en manos de políticos y banqueros». En ciudades como Madrid también se había convocado un «bloque libertario y autónomo» de quienes desconfiaban de los convocantes, pero compartían la intención de movilizarse, con lemas como «Lo queremos todo, lo queremos ahora», además de todas las personas que acudieron en pequeños grupos o a título personal, sin inclinarse necesariamente por un programa político muy concreto o por una afinidad hacia tal o cual grupo. Una manifestación como había habido otras y que pretendía, precisamente, manifestar el descontento existente con el escenario político y económico, reunir a todos aquellos a quienes importara la gestión de lo público en tiempos de crisis.
[Aquí puede verse el resumen de Televisión Española y aquí, un vídeo-resumen hecho por algunos de los convocantes con imágenes editadas]
Antes de que hubiera pasado una semana, a nadie se le escapaba que se estaba haciendo historia; ¿qué había pasado?
En la España de mayo de 2011, hacía algo más de dos años y medio que se hablaba de crisis, aunque el gobierno central intentaba sugerir, más que afirmar, que la situación podía ser bastante transitoria y la recuperación, empezar enseguida (todo el mundo recuerda a la ministra Salgado, dos años antes, utilizando la metáfora de los «brotes verdes»). La oposición estaba encabezada por un Partido Popular cuya estrategia desde 2004 parecía ser de puro desgaste, de modo que casi todo lo propuesto por el PSOE era indeseable por naturaleza; en general, no había pacto posible con el partido gobernante y ni siquiera su manera de hacer política gustaba: la mitad del tiempo se le acusaba de no tener un proyecto de fondo y la otra mitad, de querer imponer su proyecto.
La crisis macroeconómica conllevaba, en un día promedio, que se despidiera o suspendiera a tres mil trabajadores y se desahuciaran más de cien viviendas por impago de hipotecas y, a la hora gestionarla, el PSOE no parecía, ciertamente, tener un proyecto propio muy definido y, más aún, el signo de las políticas económicas, desde hace ya tiempo, parece ser no tener políticas económicas muy definidas, sino al contrario, fomentar, incentivar o estimular lo que se desee que se haga –o lo contrario de aquello que se quiera evitar–: las ayudas a las empresas automovilísticas para que vendieran coches más baratos y fomentar, así, su compra fueron el ejemplo más claro en aquellos primeros tiempos de crisis.
Posteriormente, se bromearía mucho cuando Mariano Rajoy dijera (en febrero de 2013, siendo ya presidente) que «A veces, la mejor decisión es no tomar ninguna decisión, que también es una decisión», pero lo cierto es que esa idea está muy extendida cuando se trata de política económica y el primer ideólogo del liberalismo económico, Adam Smith, había argumentado el laissez faire en 1776 diciendo que «Al buscar su propio interés, el particular muchas veces favorece el de la sociedad mucho más eficazmente que si lo hiciese a propósito».
En ese panorama, el crédito de los sindicatos no era mucho mayor. Sólo a CCOO y UGT, los más votados en el conjunto de elecciones sindicales, se les reconoce institucionalmente como representantes de los trabajadores [in El Pais, 27/09/2010], pero reciben repetidas críticas a izquierda –por su parcial dependencia de las subvenciones del estado, su tradición pactista y el hecho de que algunos de sus líderes sean sindicalistas profesionales– y derecha –por considerárseles anacrónicos, aferrados a esquemas de la época industrial–. Siendo los más votados, menos del 11% de los trabajadores están afiliados a alguno de ellos y en mayo de 2011, después de más de dos años de crisis, estaban siendo especialmente cuestionados por su actuación en 2010 cuando respondieron a la primera reforma laboral aprobada por el gobierno de Rodríguez Zapatero convocando una huelga general de 24 horas para tres meses más tarde. Dicha huelga, que tendría lugar el 29 de septiembre de aquel año, sería considerada muy tardía por otras organizaciones sindicales y la izquierda extraparlamentaria, mientras que ciertos medios de comunicación la criticaron duramente por entenderla como una invitación a la improductividad en tiempos de crisis económica. [véase in Libertaddigital.com y negocios.com]
En ese clima en que pocos eran los se movilizaban y muchos los que decían no entender la sensación de parálisis colectiva de que el conjunto participaba, la manifestación del día 15 y lo ocurrido los días siguientes parecía algo asombroso e inevitable a la vez.
Una manifestación convocada por agentes sociales poco o nada conocidos (como Democracia Real Ya o los estudiantes de Juventud Sin Futuro), ninguno de los cuales cargaba con el descrédito de los partidos y sindicatos mencionados, conseguía reunir en las calles a una muchedumbre de hasta 130.000 personas y ello pese a no disponer de la capacidad de convocatoria de esas mismas organizaciones cuestionadas. Aquella multitud, y quienes sin haber asistido se identificaban con ella, se dio a sí misma una grata sorpresa, que se ampliaría tras la manifestación: en Madrid, varias personas fueron detenidas en cargas y enfrentamientos con unidades antidisturbios y un pequeño grupo de manifestantes resolvió acampar en la Puerta del Sol hasta que los detenidos fueran puestos en libertad.
Habíamos visto en televisión a los manifestantes tunecinos ocupar la Qasbá de Túnez y a los egipcios hacer lo propio con la plaza Tahrir de El Cairo, pero un campamento en el centro exacto de la capital española era algo que no habíamos visto. Ni siquiera se sabe si las autoridades habían contemplado tal posibilidad. La segunda noche, la acampada contaba varias decenas de personas que empezaban a organizar la vida colectiva: la plaza, territorio público, estaba siendo habitado, pero respetado, por personas que limpiaban sus propios residuos sin esperar que lo hicieran los empleados del ayuntamiento. Esa misma noche, sobre las cinco de la madrugada, unidades antidisturbios se llevarían de la plaza, uno por uno a aquellos postmanifestantes que se negaban tanto a obedecer la orden de desalojar la plaza como a responder con la violencia. Aquel desalojo, en lugar de acabar con la acampada, la vacunó: al día siguiente, convocados por Internet y teléfono móvil, veintiocho mil personas llenaban la plaza. Algo había empezado.
Los indignados
El llamado «movimiento 15-M», como se apuntaba en el texto anterior, no nace de un programa ni es la reacción a ningún acontecimiento concreto; de hecho, algunos autores sostienen que es más una práctica que un conjunto de posiciones, siquiera estratégicas o tácticas. En todo caso, es un episodio de movilización que sí parece tener algunas resonancias de aquellos vecinos mediterráneos (Tunicia y Egipto) de que hablábamos:
- es mucho más la constatación de un malestar que un diagnóstico sobre sus causas o un tratamiento que proponer;
- parece haber aprovechado bien esa sensación de que, al no basarse mucho en la iniciativa de ningún grupo en concreto, todo el mundo podía hacerlo suyo;
- en relación con esto, una gran importancia de la convocatoria a través de Internet (por boca a boca en redes sociales y correo electrónico como por propaganda en páginas web y blogs) y por teléfono móvil;
- la estrategia de tomar sin violencia plazas públicas, tantas veces como haga falta, para colocar el debate público, literal y figuradamente, en el centro del terreno político.
Ninguno de los detenidos el 15 de mayo fue enviado a prisión preventiva, por lo que todos fueron puestos en libertad en las 72 horas siguientes a su detención. En cambio, la gestión de la acampada, convertida en una pequeña ciudad dentro de la ciudad, era la ocasión de poner en práctica las ideas que se pudieran llegar a acordar, de modo que lo que había empezado como un medio al servicio de un fin a corto plazo –visibilizar aquellas detenciones y reivindicar la puesta en libertad de los concernidos– se convertía en un experimento sociopolítico con varias decenas de miles de participantes que habría de durar varias semanas.
¿Cómo se percibió esto entre la población, entre los grandes partidos, entre los no tan grandes... ?
Hay que tener en cuenta dos cosas: se ha tratado de un movimiento muy presente en los medios de comunicación de masas (en parte porque ha hecho desde el principio su propio esfuerzo de comunicación, un gran esfuerzo, mediante Internet) y, para la mayoría de habitantes, la imagen preponderante es la que viene de dichos medios de comunicación más que la de los propios medios de los convocantes de las manifestaciones y, luego, de los acampados.
Probablemente el mejor ejemplo de esto sea la insistencia de los medios de comunicación en llamarlos «los indignados» o «el movimiento de los indignados», estableciendo una relación entre los activistas y el reciente éxito editorial de Stéphane Hessel, que, ciertamente, había tenido un gran éxito y había prefigurado un nuevo ciclo de protestas, pero no había sido el primero ni mucho menos el único en hacerlo. De hecho, a Hessel no le faltarían críticos en el movimiento surgido el 15-M cuando declaró que para este «no tener un líder definitivamente puede ser un problema».
Por la mencionada relación con los mass media, la población supo de la manifestación antes incluso de que tuvieran lugar –algo muy poco común, que hace pensar que esos convocantes casi anónimos también tuvieron la curiosidad, y tal vez cierta simpatía, de los periodistas– y estuvo al corriente, como poco, de que la movilización se estaba extendiendo en el tiempo en forma de acampada.
El improvisado campamento se había dotado de una gran estructura de voluntarios organizados en comisiones y grupos de trabajo y muchos fueron a la acampada para ayudar en ellos, muchos más fueron simplemente a ver qué aspecto tenía todo aquello y aún más numerosos fueron quienes pasaron por allí por ser, posiblemente, la plaza más frecuentada de Madrid y sólo tangencialmente se llevaron algún tipo de impresión de la acampada. Según pasaron los días, las acampadas se multiplicaron por la geografía española y también por allá donde los emigrados hispánicos intentaban participar de lo que ocurría «en casa», hasta acercarse al centenar de acampadas, por lo que, a partir de cierto punto, no vale ya la pena hablar de «la acampada», en singular.
De ese modo, se desarrollaron actitudes hacia los campamentos que podemos intentar resumir en tres bloques: 1) el de los más afines, para quienes eran una especie de ágoras del siglo XXI, las plazas públicas donde todos los debates eran posibles, 2) el de los opuestos, que las consideraban concentraciones humanas que ocupaban sin autorización legal espacios públicos y atraían a todo tipo de personas (también masas de vendedores callejeros de cerveza, vendedores de drogas ilegales y toxicómanos sin techo), concentraban residuos y perjudicaban a los comerciantes de la zona –que solicitarían el desalojo de la acampada el día 25–, al tapar sus escaparates con carteles y tiendas de campaña y atraer más activistas que turistas, 3) el de los escépticos, que valoraban cierta buena intención en los acampados, pero consideraban su experiencia insostenible más allá del corto plazo (¿cuándo se disuelve una acampada que no tiene una reivindicación concreta?); algunos de ellos, además, temían que el movimiento estuviera siendo manipulado por alguna mano invisible o pudiera empezar a serlo.
Esto último requiere que recordemos el contexto: se habían convocado elecciones municipales y autonómicas para el 22 de mayo, pero sus resultados no serían medidos sólo en función de aspectos municipales y autonómicos, sino que se considerarían también un indicador del desgaste del partido que ocupaba el gobierno central (el PSOE) y de la evolución de las demás formaciones políticas. Más aún, hacía tres meses que, también de manera anónima y por Internet, se había lanzado la campaña «Nolesvotes», que, sin llamar a los votantes a inclinarse por ninguna opción, sí les pedía que no lo hicieran por el PSOE, el PP o CiU (la federación catalanista conservadora que ha gobernado aquella comunidad autónoma en nueve de las diez últimas legislaturas), las tres formaciones con más imputados por corrupción y las mismas que acababan de aprobar una ley para proteger la propiedad intelectual en Internet, muy controvertida, entre otras cosas, por permitir el cierre temporal de páginas web mediante un procedimiento de urgencia (la llamada «Ley de economía sostenible» y conocida como «Ley Sinde» por el nombre de la entonces ministra de Cultura, Ángeles González Sinde). Varias de las personas que habían lanzado dicha campaña lanzaron también Democracia Real Ya, la primera de las plataformas que llamaron a la movilización el 15 de mayo, todo lo cual despertó suspicacias: ¿era el 15-M una campaña soterrada de Izquierda Unida? ¿Era, al contrario, una maniobra de personas cercanas al PP que pensaban que su partido no saldría tan perjudicado como el PSOE? ¿Era un intento de desprestigiar a toda la profesión política para favorecer la entrada en el gobierno de personas con un perfil más técnico que político (en Italia, Mario Monti sería designado jefe de gobierno seis meses más tarde) o para permitir la toma de medidas excepcionales?
Para mayor suspicacia, se dieron como circunstancias paralelas que, por un lado, medio año antes se había sabido de las conversaciones que mantenía el Rey con agentes sociales extraparlamentarios (importantes empresarios, un ex-secretario general de CCOO y el famoso divulgador científico y ex-ministro Eduard Punset, que apoyaban el informe «Transforma España», donde se defendía una serie de cambios políticos estructurales) sobre las políticas que estos entendían que España necesitaba y que le habían hecho llegar, y no al presidente del Gobierno, en forma de declaración y, por otro lado, a lo largo de 2012 y 2013, miembros de la policía hacían varias demostraciones de rechazo del papel de barrera de contención del malestar social que, entendían, se les estaba asignando, a la vez que el gobierno anunciaba la creación de las Unidades de Prevención y Reacción (UPR) de la Policía Nacional, que colaborarían en tareas antidisturbios con las tradicionales UIP (Unidades de Intervención Policial) y el presidente de la Asociación Unificada de Militares Españoles reclamaba la supresión de gastos militares superfluos en tiempo de austeridad presupuestaria, lo que le valdría prisión militar en condiciones, aseguraba él, de maltrato. Algunas de estas noticias fueron acompañadas de rumores en el mismo sentido y ha sido, pues, frecuente la sensación de que la conflictividad social estaba aumentando y de que diferentes instancias podían intentar aprovecharlo para promover medidas excepcionales.
Cada cual pensó lo que le pareció y es innegable que la primera reforma de la Constitución en casi 33 años se hizo en agosto de ese mismo 2011 en nombre de la lucha contra la crisis –se impuso un máximo irrebasable al déficit público–; en todo caso, todas esas eran observaciones y elucubraciones más o menos relacionadas con las elecciones y con las personas que habían promovido aquello, pero no con la masa de quienes se implicaron y la política del que enseguida se llamó «movimiento 15-M».
La política del 15-M
Tanto la movilización del día 15 como las acampadas a las que dio lugar se declararon apartidistas, pero no apolíticas y fueron muchas las veces que insistieron en ello, especialmente, cuando se les dijo que su presencia en una plaza pública durante una jornada electoral comprometía la reflexión y el voto libre. Se negaban a tomar partido por ninguna formación política, lo cual no quería decir que no reconocieran el carácter político de lo que estaban haciendo, sino que sus planteamientos iban más allá de apoyar a una organización contra otras. Tan importante se consideró este rasgo que hubo una fuerte polémica porque, según algunos debían retirarse símbolos (una bandera feminista y otra anarquista, en la acampada madrileña) que, sin pertenecer a ninguna organización concreta, podían ser considerados excluyentes por otras personas.
Todo esto no implica que esa convivencia de ideas distintas no haya provocado mil y un debates; se ha reprochado a menudo al movimiento 15-M no ser capaz de formular un programa o una tabla reivindicativa concretos, pero se ha asumido que el debate, por más amplios que sean los términos en que se da, es parte central del movimiento, parte de su sentido. Quienes quieren cambiar las cosas con reformas se han opuesto a quienes aspiran a hacer una revolución, igual que quienes defienden crear candidaturas electorales nuevas discrepan con quienes propugnan la abstención, el voto en blanco, el voto por alguna formación ya existente o el nulo; este movimiento se ha mostrado como un método de debate y acción, más que un contenido que dar al debate o a la acción.
De manera más general, podemos decir que ha existido una política del 15-M cuyas bases se sentaron esos días y continúan hasta el presente:
- las decisiones se toman en asambleas donde ninguna persona tiene un voto de mayor valor que los de las demás;
- las decisiones se toman por consenso, sea sólo de votos a favor o de votos a favor y abstenciones, cualquier voto en contra implica que quien lo emita explique por qué se opone y se busque la manera de conciliar la propuesta anterior con esa oposición;
- toda posición debe ser argumentada, pero los turnos de palabra deben consumir el tiempo necesario, no más;
- se evitan los ruidos innecesarios (gritos, abucheos, aplausos) para agilizar el desarrollo de las asambleas y evitar competiciones de popularidad, cualquier «intervención» de este tipo se hace mediante gestos preestablecidos –los propios de asambleas donde participan personas sordas (ver aquí)–;
- cada persona puede tener sus preferencias sobre organizaciones sindicales, políticas, religiosas, etc., pero se acude a una asamblea como individuo y no como representante de nadie más, ni se hace proselitismo;
- toda asamblea, a menos que sus asistentes lo consideren innecesario por ser muy pocos, tiene uno o varios moderadores que, en cada momento, están pendientes de los turnos de palabra pedidos y de su orden y que deben intentar, independientemente de su simpatía o antipatía por los demás asistentes, por las posiciones expuestas o por los temas tratados, mantener la asamblea en términos realistas: ¿se está alargando mucho –o, al contrario, acelerando mucho– este debate o esta votación? ¿Se está alejando mucho el debate de los temas previstos? Etcétera.
- Debe haber un aprendizaje colectivo, no pueden ocuparse las mismas personas de la moderación siempre, del mismo modo que las comisiones y grupos de trabajo de las acampadas tenían por principio la rotación y la transparencia.
En cada caso se trata de principios de dinámicas asamblearias que ya se utilizaban en grupos mucho más pequeños y que se han visto más puestos a prueba al llevarse a cabo con tantos asistentes y en lugares tan públicos como las plazas. El último punto, por ejemplo, se vio puesto a prueba menos de dos semanas después de la acampada de la Puerta del Sol, cuando se consideró que las personas que conformaban la comisión de Comunicación estaba dando más o menos publicidad a los debates de otras comisiones en función de sus afinidades políticas y que, además, se estaban negando a dar cuentas de su funcionamiento y a rotar. En la asamblea en que se trató dicho problema se consideraron varias soluciones (darles algo más de tiempo para enmendar dichos problemas, expulsarles en bloque de la comisión, etc.) y se acabó aprobando el incluir en la comisión a otro grupo de personas que auditarían el trabajo realizado hasta ese momento y se asegurarían de que el que se hiciera en adelante respondiera a esos principios democráticos, además de evitar que hubiera una ruptura, en cuanto al saber hacer, entre la anterior comisión y las que habría con rotación.
De modo más general, hay que decir que este funcionamiento, dadas la base social con la que se cuenta y la falta de costumbre asamblearia, ha implicado algunos problemas:
- situaciones en que se hace caso omiso del principio de no hacer ruido innecesariamente o se interrumpe un turno de palabra ajeno;
- turnos de palabra demasiado largos o sin contenido relevante, como si el debate se convirtiera en una tertulia de bar y se tratara de opinar sin argumentar o incluso de contar impresiones personales;
- afluencia de personas con inquietudes más espirituales que políticas y que intentaban llevar los debates por esos caminos;
- afluencia de personas con inquietudes, más que políticas, conspiranoicas y que asisten a protestas o asambleas para hablar de supuestas conspiraciones masónicas, judías o del club Bilderberg o para denunciar la versión oficial de los atentados del 11 de septiembre de 2001.
Repercusiones
Estos problemas y aquellos mecanismos por los que se han intentado evitar se empezaron a establecer desde el principio y aún están presentes hoy día, más de dos años después. No obstante, si ha existido y existe un «movimiento 15-M», tal vez se deba al relanzamiento que se hizo a partir del día 28 de aquel mismo mayo de 2011: entendiendo que el movimiento debía emanciparse de su elemento más espectacular (las acampadas en el centro de los municipios) y profundizar en los debates políticos y entendiendo que una descentralización simplificaría y aligeraría los procesos de debate, aun a riesgo de cierta desmoralización en las zonas donde hubiera menos personas interesadas, muchas acampadas decidieron convocar asambleas por núcleos de población más pequeños (barrios y pueblos) y preparar tranquilamente su propio desmantelamiento coordinado (en el caso del campamento de la madrileña Puerta del Sol, se acabaría haciendo el 12 de junio).
Todo lo que ha ocurrido después es el resultado de las bases que se pusieron en aquellos primeros días, pero también, en gran medida, de aquella apuesta por ser un movimiento en el sentido más literal, algo que cambia las cosas de sitio. Quien se interesó pudo ver a los acampados en Barcelona perder todas sus pertenencias –arrojadas a los vehículos de limpieza del ayuntamiento– y recibir sucesivas cargas policiales, con decenas de heridos leves y uno grave, sin perder la sangre fría ni abandonar en ningún momento la plaza, a una manifestación improvisada partir de Sol, en Madrid, hacia la embajada francesa para protestar por el desalojo con gases lacrimógenos de los acampados en París o a la asamblea del barrio de Puerta del Ángel abordar a un grupo de policías de paisano que pedía la documentación a quienes entraban o salían de la boca de metro más cercana, sospechando que elegían a las personas en función de criterios raciales, y preguntarles al respecto hasta que los agentes prefirieron irse.
Esa acción asamblearia, directa y no violenta se ha convertido en otra de las señales de identidad del movimiento y ha sido quizá la principal causa de un cambio mayor. En Barcelona y Murcia, en un principio, más tarde en Madrid y después en toda España, grupos de solidarios han acudido a viviendas cuyos inquilinos iban a ser desahuciados por no devolver sus respectivas hipotecas y reivindicar, así, la primacía del derecho a una vivienda sobre el derecho del banco a recuperar el dinero acordado. Estas intervenciones, simpaticemos con ellas o las rechacemos, no sólo han conseguido ayudar a las familias y personas concretas que se encontraban en esa situación, sino que han relanzado el debate sobre el acceso a la vivienda, lo han puesto en el centro del debate político y, aparte de dar a conocer a la PAH o Plataforma de Afectados por la Hipoteca (que comparte protagonismo con las asambleas en los debates sobre estos temas), ha dado a conocer un concepto casi desconocido antes, como es la dación en pago, la posibilidad –aún no reconocida en España– de dar la vivienda al banco como compensación por el dinero que falta devolverle del préstamo hipotecario.
Pour citer cette ressource :
Bruno Rogero, "Dossier sur le 15-M", La Clé des Langues [en ligne], Lyon, ENS de LYON/DGESCO (ISSN 2107-7029), août 2013. Consulté le 05/11/2024. URL: https://cle.ens-lyon.fr/espagnol/civilisation/economie/la-crise-economique-espagnole/dossier-15-m